Hace muchas lunas que tendría que haber tratado en este blog la figura del guitarrista clásico Andrés Segovia y cuando determiné hacerlo llegué a dudar si no lo habría hecho con anterioridad, pero repasados los títulos del ya casi centenar de biografías indexadas en la web, comprobé que Segovia aún no tenía un espacio propio. Hoy es la tarde de poner en valor al más grande guitarrista clásico español, por lo que era lógico dudar de que no hubiese hecho una biografía previamente que, por jerarquía musical, le correspondía seguramente antes que a otros guitarristas.

Andrés Segovia nace en Linares (Jaén) el 21 de febrero de 1893 y fallece en Madrid el 2 de junio de 1987, a la edad de 94 años.

Comenzó a tocar la guitarra desde niño, trasladándose inicialmente de su Linares natal a la cercana localidad de Villacarrilllo, si bien su formación musical la realizó en la ciudad de Granada. Resulta probable que ese primer contacto con la guitarra fuera en tesitura de flamenco, máxime al ser tan popular en el Sur de España, si bien nuestro artista tomó el camino de la guitarra clásica y acertó de pleno, puesto que en su campo llegó a la cúspide del conocimiento instrumental y expresión interpretativa. Con solo 14 años salió a escena en Granada y, pocos años después, dio su primer concierto en Madrid, en el que interpretó obras de Francisco Tárrega, a quien dedicamos un apartado en este blog el 2 de noviembre de 2018: Francisco Tárrega y “Su Capricho Árabe”.

Andrés precisaba de un instrumento de entidad para su concierto en la capital de España y decidió presentarse en el establecimiento del constructor de guitarras Manuel Ramírez con el objeto de alquilar una. Curiosamente, tras probar y encontrar el instrumento deseado, interpretando el programa previsto para el concierto, encontró la amable generosidad del constructor que regaló el instrumento a Andrés, impresionado por su buen hacer interpretativo. ¡Qué gran decisión! Estaba gestándose un guitarrista de espectro internacional y, cien años después, se sigue recordando esta anécdota, en unos Talleres Ramírez prestigiosos a nivel internacional, en los que tuve la oportunidad de adquirir mi guitarra clásica de estudio, allá por el año 1996.

Un problema serio que bien conocemos los guitarristas clásicos es la limitación del volumen de nuestro instrumento. Hay maneras de pulsar, guitarras de concierto, pero el volumen obtenido por la pulsación de los dedos de la mano diestra no resulta suficiente por sí mismo para un auditorio amplio ni tampoco para compartir la música con grupos de cámara o, -ya no digamos- con orquestas sinfónicas, donde el recurso de la amplificación resulta imprescindible.

En los Cursos de Música de Cámara que realicé en mi formación académica había que interpretar un dueto con un violín y un trío con viola y violín; dicho sea de paso fue, sin duda, lo mejor de todas las materias de mi carrera musical, tocar en grupo con otros instrumentos clásicos, algo que, en guitarra -instrumento solista por naturaleza-, ocurría solamente en este ámbito; pero era necesario que el violín y la viola tocasen con delicadeza para no tapar a la guitarra (sobre todo en sus pasajes solistas), a la par que el guitarrista tiene que pulsar con decisión y técnica para sonar como se demanda; pese a todo, el timbre de la guitarra resulta especial y característico para diferenciar sus pasajes de los de los instrumentos de arco referidos.

Este inconveniente de la limitación de volumen fue rápidamente detectado y abordado por Segovia que comenzó a interesarse por los avances que la tecnología ponía a su disposición. Pero comenzó desde la base, participando y guiando el proceso de diseño y construcción de las guitarras, utilizando una madera de mejor calidad y cuerdas de nailon a la vez que la forma del instrumento se modificó para mejorar la acústica; aportaciones que siguen vigentes en las actuales guitarras clásicas artesanas. Además, ideó una técnica más contundente para obtener un sonido más elevado utilizando para pulsar las notas la yema a la vez que la uña de la mano derecha y una colocación de ésta en posición vertical con respecto a las cuerdas para un mejor ataque y resultado sonoro.

En los felices años 20 del siglo pasado, Andrés Segovia ya había realizado varias turnés no solo por Europa sino también por América, y hablamos de una época en la que el barco era el único medio de transporte intercontinental y los viajes resultaban interminables (mi abuelo Marcelino viajó en 1922 desde A Coruña hasta La Habana, ciudad en la que residió durante diez años, y el viaje duraba más de dos semanas).

Su talento interpretativo pronto se vio reconocido por buena parte de los compositores y guitarristas más importantes de su época que, sabedores de que Andrés Segovia era único e inigualable, comenzaron a componer obras para él. Entre ellos destacan: el italiano Mario Castelnuovo-Tedesco (1895-1968), a quien dedicamos una biografía el 3 de noviembre de 2017: Descubriendo a Mario Castelnuovo, el británico Cyril Scott (1879-1970), el brasileño Héctor Villalobos (1887-1959), o el español Federico Moreno Torroba (1891-1982). Resulta sobresaliente la aportación del compositor mexicano Manuel M. Ponce (1882-1948) con un importante número de obras para guitarra, y para guitarra y orquesta.

Es muy destacable la faceta transcriptora de Andrés Segovia, no solamente en obras clásicas para guitarra sino también sobre muchas piezas de uno de los antecedentes más representativos de nuestro instrumento como es la vihuela: se trata de un instrumento de cuerda pulsada con forma parecida a la de la guitarra que normalmente tiene seis cuerdas, cinco dobles y una simple en la primera cuerda, instrumento que gozó de gran popularidad durante el Renacimiento, especialmente en España y Portugal; además de transcribir buena parte del repertorio barroco de laúd, que es un instrumento musical de origen árabe, parecido a la guitarra pero de menor tamaño, con la caja ovalada y cóncava, el mástil corto, con cuerdas dobles (seis pares o más) y la tablilla de las clavijas formando un ángulo muy pronunciado con el mástil.

El triste episodio de nuestra Guerra Civil en 1936 lleva a nuestro protagonista a establecerse en Montevideo, lejos del tronar de los cañones, ciudad en la que permaneció desde 1937 a 1946.

Finalizada nuestra guerra y la II Guerra Mundial su siguiente destino es Nueva York, esa ciudad magnética que atrae al talento en todos los órdenes a la vez que seduce a todos los viajeros que llegan a ella. Su estancia norteamericana no se prolongó más de un lustro, y a comienzos de los años cincuenta regresa a España y, en concreto, a Madrid donde establecerá su residencia definitiva.

Su labor docente resulta capital en su trayectoria y es que, pese a sus múltiples requerimientos concertísticos en tantos y tantos lugares, Andrés dio clases de forma regular, en los años cincuenta, en la prestigiosa Academia Chigiana de Siena (Italia), institución fundada en 1932, gracias al mecenazgo del conde Guido Chigi (de ahí el nombre) Saracini (1880-1965), con el propósito de impartir cursos de perfeccionamiento para músicos y cantantes. Precisamente por la alta calidad de profesores como Andrés Segovia goza esta Academia de fama internacional.

Ya en los sesenta, Andrés impartió clases en Santiago de Compostela. ¡Qué lujo tener un maestro de esta entidad en su madurez musical! Y no se quedó ahí su participación como profesor, ya que fue requerido por prestigiosas universidades de todo el mundo como la de California.

Su discografía es muy abundante, y es que el Maestro Andrés Segovia, extendió su carrera discográfica en diferentes estudios del mundo durante 50 años, siendo su primera grabación comercial conocida las Variaciones op.9 de Fernando Sor, grabadas un 5 de mayo de 1927 en Londres, y su último trabajo discográfico “Reveries” fue grabado en Madrid en 1977 (ya con 84 años). Resulta reseñable el trabajo recopilatorio de Daniel G. Sanz, cuyo enlace indico seguidamente en el que se pueden consultar todas las obras grabadas por Andrés Segovia, indicando autor, obra, fecha, estudio, sello discográfico, etc.; un gran trabajo que hay que poner en valor: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/86/Discografia_de_estudio_completa_de_Andres_Segovia.pdf

Rastreando por Youtube encontré esta joya: Leyenda de Albéniz interpretada por un Andrés Segovia ya mayor pero imperturbable en el dominio y seguridad de su pulsación, un placer que quiero compartir con tod@s, tras casi seis millones de visualizaciones: https://youtu.be/lCeebWgjrrU

No me puedo resistir a escuchar y compartir un fragmento de la Gavotte de la 4ª Suite de laúd para guitarra del gran J.S. Bach, que tuvo su protagonismo en este blog el 22 de diciembre de 2017: Johann Sebastian Bach, el genio barroco, es una obra celestial que en manos del Maestro Segovia suena sencillamente sublime: https://youtu.be/bcdS2hbpZcY.

Quizás la mayor aportación de nuestro músico de hoy a la guitarra pueda ser que dejase de ser considerada como un instrumento meramente popular y comenzara a alcanzar la categoría de instrumento solista de concierto.

Admirado y querido Andrés, me cuesta tratarle de tú, por ello lo haré de usted, por más que hubiera sido igualmente respetuosa cualquiera de las dos opciones, como usted lo era con todos. Ha tenido una vida dedicada a nuestro querido instrumento, ha paseado el nombre de nuestro país con dignidad y emoción por todos los confines del mundo, ha generado una auténtica escuela de guitarristas cuyos nietos entre comillas, los que recibieron clase de aquéllos a los cuales usted enseñó, siguen aún extendiendo su magisterio y guardando el secreto de la pócima del buen sonido, aumentando la familia de la guitarra clásica en clave internacional. Y es que guitarristas tan reputados como Abel Carlevaro, Julian Bream, John Williams, Christopher Parkening, Óscar Ghiglia, José Luis González Juliá, Stefano Grondona, Antonio Membrano o Alirio Díaz, entre muchos otros, han sido sus discípulos y generan y seguirán generando nuevos talentos que auguran una salud inquebrantable para nuestro querido instrumento.

Es una suerte que haya podido disfrutar de un rico reconocimiento institucional, como fue su nombramiento como académico de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada, ciudad querida de su formación artística en la que igualmente tiene una calle en el barrio Zaidín-Vergeles y una parada del Metro, con el brillante colofón del nombramiento en 1981 como primer Marqués de Salobreña por parte del Rey de España. Igualmente, no puede negarse que fue también capaz de cautivar a un público que conoció en gran medida el repertorio de guitarra gracias a su labor de transcripción, difusión e interpretación, y, ahí es nada, de gozar del reconocimiento de los músicos y compositores de su época, tantas veces competidores en el arte y antagonistas en la vida, al punto de componer para usted, y pocas cosas son más íntimas y valiosas que aquellas que salen del alma y del ingenio y se entregan a otro. Y ¿qué decir de su rica vida personal? Tres matrimonios y cuatro hijos (Andrés, Leonardo, Beatriz y Carlos), este último, Carlos A. Segovia, filósofo e historiador, apenas tiene 50 años y entre su padre e hijo han cabalgado tres siglos.

Desde 2002, descansa usted en la Casa Museo Andrés Segovia de Linares, -su lugar natal-, en el que tantos admiradores pueden rendir tributo a un genio del Siglo XX a la par que disfrutar del gran registro histórico y documental de su vida y obra.

Y quiero despedirme, querido Andrés, recordando sus últimos años de vida que coincidieron con mi iniciación a la guitarra, aunque en primera instancia la eléctrica y dos años después la clásica, poniendo en valor sus palabras sobre la verdadera dimensión de nuestro instrumento: su carácter polifónico, su multiplicidad tímbrica, en definitiva, una orquesta en nuestras seis cuerdas; como bien apunta, Maestro, en este breve corte documental en el que explica en inglés algo tan complejo y aparentemente inabordable con sencillez magistral: https://youtu.be/ABqk9QiRAjg.

​Cada frase, cada mirada, cada nota, resultan impagables, un mosaico de diferentes dimensiones musicales, con la autoridad que sólo la sabiduría sosegada proyecta a los demás, aquella que se teje con humildad y paciencia, y, aunque no estoy seguro, creo que es suya la frase de que necesitaría 400 años para saber la mitad de lo que ansiaría saber de nuestro venerado instrumento. Lo que es seguro es que tras cuatro siglos la tecnología nos llevará a lugares inimaginables pero, créame, que la Guitarra Clásica de madera seguirá sonando con la imperfecta pulsación del corazón humano.