Esta noche le toca el turno a otro conocidísimo guitarrista clásico español: Francisco de Asís Tárrega Eixea, que, como buena parte de los autores ya tratados, fue también un destacado compositor.

Francisco nace en Villarreal (Castellón) en 1852 y fallece en Barcelona en 1909, a la temprana edad de 57 años, desarrollando su carrera musical en plena época del Romanticismo, cuya duración abarca en este ámbito prácticamente un siglo (desde los años veinte del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX).

Otra vez, al igual que ocurrió con Napoleón Coste, un accidente iba a mediatizar su vida, si bien a diferencia del guitarrista francés, cuyo accidente en plena madurez musical lo derivó hacia la composición, en el caso de Tárrega sería determinante en su temprana formación musical. Efectivamente, por un descuido de la persona que le cuidaba se precipitó a una acequia, lo que le dañó la vista, trasladándose la familia a Castellón para que Francisco recibiese clases de música ante la perspectiva de que pudiera perder la vista, de tal forma que al menos pudiera adquirir la destreza precisa para ganarse la vida como músico.

Con 22 años, en 1874, pudo entrar en el Conservatorio de Música de Madrid donde estudió composición con Emilio Arrieta, autor éste de producción teatral y principal valedor de la consolidación de la Zarzuela como género musical. La formación adquirida le permitió compatibilizar la docencia instrumental con los conciertos, llegando a dar recitales en ciudades europeas como Londres y París, siendo también invitado a tocar para la reina española Isabel II. Dio clases a alumnos tan destacados como Miguel Llobet (maestro del gran Andrés Segovia) o Emilio Pujol. Pese a su virtuosismo y popularidad tuvo la necesidad de aceptar el mecenazgo de una rica viuda valenciana, Conxa Martínez, que llegó a facilitarle a Francisco y su familia una casa en Barcelona, donde compuso la mayoría de sus obras más famosas, ciudad en la que viviría desde 1885 y en la que finalmente terminaría sus días.

Entre sus obras más destacadas están: “Recuerdos de La Alhambra”, “Lágrima”, “Capricho Árabe” o “Danza Mora”, siendo además notable la adaptación a la guitarra de varias obras de autores universales como Beethoven, Chopin o Mendelssohn.

Mi contacto con su obra musical se circunscribe a dos de sus trabajos más reconocidos. El Capricho Árabe fue obra integrante del programa de estudio de quinto de Guitarra mientras que su pieza “Lágrima” fue un autodescubrimiento, lamentando no haber leído más estudios u obras de este autor, algo a lo que seguramente pondré remedio, pero es que hay tanto y buen material artístico escrito para guitarra que harían falta muchas más horas de las que uno puede dedicar para estar al día.

La pieza “Lágrima”, partitura de una sola página, sin tempo concreto, es muy recomendable para guitarristas de nivel elemental. Es una obra escrita en Mi Mayor, (nada más y nada menos que 4 sostenidos en la armadura), en compás de 3/4, sin dificultad rítmica, agradable y nostálgica, con una modulación bien natural a Mi menor (recortando tres de esos cuatro sostenidos) para regresar al tono original en su tercera y última parte. Pese a su facilidad de lectura y ejecución resulta bastante interesante la combinación de bajos al aire con notas agudas (la más extrema es el Mi del duodécimo traste de la primera cuerda), lo que agiliza la capacidad de asimilar una lectura más exigente y diversa.

La otra obra, la Serenata para guitarra titulada “El Capricho Árabe” fue dedicada por Francisco Tárrega a su amigo y compositor Tomás Bretón (destacado violinista), y, a diferencia de la anterior, nos encontramos con una obra difícil y llena de retos a superar para obtener una ejecución precisa y una expresión necesaria para transmitir lo mucho que tiene que ofrecer esta partitura de cuatro páginas que, en mi caso, estudié en la publicación de la Unión Musical Española, titulada “Grandes Transcripciones para Guitarra. F. Tárrega”, edición de 1988.

La obra escrita en Re menor, con una modulación transitoria a Re mayor para regresar al tono matriz, está diseñada en compás ternario de subdivisión binaria, con rápido cambio a compás binario manteniendo la misma subdivisión, y tiene como primera peculiaridad un cambio de afinación consistente en bajar un tono a la cuerda sexta (de Mi a Re), lo que evidentemente, como ocurría cuando analizamos la afinación tradicional de las obras renacentistas transcritas para guitarra, modifica la posición de todas las notas del bordón modificado. Comienza y termina con armónicos al unísono de las cuerdas graves, y el meñique de la mano izquierda tiene que llegar en diferentes compases a la nota Sol situada en el traste quince, penetrando más allá del diapasón convencional, en los trastes situados en territorio de la caja de resonancia. La dificultad aún es mayor por cuanto la ejecución de esas notas está prevista con ligados descendentes que, si bien tienen una métrica fija (grupos de semicorcheas), las notas requieren cambiar la mano izquierda de posición en cada ligado. La métrica es bastante estable, si exceptuamos un difícil fragmento del compás undécimo en el que se cuadran dos seisillos y 8 fusas en las tres partes del mismo (nada menos que veinte notas y una apoyatura posterior breve de salto, y la gran dificultad de cuadrar el ritmo con los grupos de seis, grupo de notas que se repetirá puntualmente en la modulación a Re mayor).

La colocación correcta de la mano izquierda en el mástil resulta imprescindible para facilitar la máxima apertura de los dedos y así poder llegar a las notas programadas, con ligados y notas de adorno previstas en posición de cejilla (lo que resulta más difícil para hacerlas sonar con claridad), los saltos de traste son ordinarios y recorren quince trastes con una gran cantidad de notas accidentales, en ocasiones cromáticas que, afortunadamente el tiempo de base de la obra como es el Andantino (más ligero que el pausado Andante), permite una ejecución más lenta y pienso que apropiada al espíritu expresivo de la composición. La obra, además de su excelencia técnica, es verdaderamente preciosa y, pese a su nombre, su sonido me recuerda más a la música popular española que a la oriental. Sobre este particular hay que decir que Francisco Tárrega fue junto con su contemporáneo y amigo Isaac Albéniz, uno de los compositores que mayor interés demostró en combinar el estilo romántico musical de su época con los elementos populares españoles.

Sin duda hablamos de un auténtico referente como creador de los fundamentos de la técnica de la guitarra clásica del Siglo XX, bautizado internacionalmente como “El Sarasate de la Guitarra” (recordemos que Sarasate era un extraordinario violinista de talla mundial contemporáneo de Francisco). Pero, pese a su reconocido éxito como intérprete y compositor, si hablamos de llegar al gran público, de hacerse intemporal de forma ininterrumpida ¿Cuál fue su mayor éxito? Pues bien, la melodía más escuchada en el mundo es el tono predeterminado de las llamadas de Nokia (Nokia Tune), nada menos que 850 millones de teléfonos móviles, y es un fragmento de una pieza suya titulada “Gran Vals”, sin olvidarnos del tema “Etude” del gran compositor y multi instrumentista Mike Oldfield que incluyó su versión personal y orquestal de la obra de Tárrega “Recuerdos de la Alhambra” en la banda sonora de la película “Los Gritos del Silencio” (The Killing Fields, 1984). Quién le iba a decir a Tárrega que una de sus obras sería escuchada por tantos millones de personas y tantas veces, a través de los móviles que en su fecha de fallecimiento no eran sino un sueño de ciencia ficción. Lástima, eso sí, que muchas de las personas que escuchan y a las que seguramente les agrada el tono de llamada no conozcan quién fue Francisco Tárrega. A tiempo están.