En este mediodía, en hora altamente inusual y motivada por otras responsabilidades que invaden mi tarde, voy a tener el placer de escribir de uno de los primeros músicos que descubrí en la dimensión clásica. Hablamos de Albinoni, cuyo buen hacer compositivo se desarrolló durante el estilo Barroco al que ya hemos hecho referencia en varias ocasiones en este blog.
Tomaso Giovanni Albinoni nace en Venecia en 1671 y fallece en 1751 en esta misma y preciosa ciudad, que tuve la oportunidad de visitar en el verano de 2017 en compañía de mis padres, y, concretamente, sus restos reposan en la emblemática Basílica de San Marcos.
La capacidad económica de su familia le permitió estudiar violín y canto con mayores oportunidades que otros grandes genios de la música, sin que ello sea ningún demérito, puesto que cada uno es parte de sus circunstancias y el talento, cuando se tiene y se cultiva, aflora insistentemente en todo lugar y condición.
Albinoni destaca pronto en la composición de Óperas y obtiene fama en buena parte de las ciudades que más de un siglo después integrarían la actual Italia. No obstante, su actividad compositiva instrumental, razón que motiva, como veremos, su inclusión en este foro, fue trascendente, componiendo sonatas en trío y conciertos tanto para violín como para oboe.
Su independencia económica le permitió estar al margen de puestos relacionados con los Coros pertenecientes a la Iglesia o los relativos a las Cortes monárquicas, si bien, por elección propia mantuvo una relación profesional con Maximiliano II de Baviera, llegando a estrenar Óperas en Múnich.
Su dilatada vida para la media de la época (falleció con 79 años) le permitió escribir una cincuentena de Óperas, de las cuales 28 se representaron en Venecia entre 1723 y 1740. No se puede precisar la cantidad de obras escénicas que ha compuesto Albinoni, ya que sólo siete han sido completamente conservadas: Zenobia, regina de ‘Palmireni (1694), Pimpinone (1708), Engelberta (1709), Il nascimento dell’Aurora (circa 1711), Il nome glorioso in terra, santificato in cielo (1724), La Statira (1726), y Il concilio de pianeti (1729)
Buena parte de la música de sus Óperas se ha perdido y sólo se conservan algunas arias de 17 de ellas y el libreto de otras 32. En cuanto a los intermezzi, (se trata de una ópera cómica breve, a menudo de argumento realista y ambiente popular que se representaba en los entreactos de una ópera seria), apenas ha perdurado el título Malsazio e Fiammetta, (1726). Es bastante probable que decenas de óperas se hayan perdido íntegramente si se tiene en cuenta que el propio Tomaso se refiere en el libreto de Candalide (1734), a esta Ópera como su número ochenta. A esta inmensa pérdida hay que añadir los desgraciados efectos del bombardeo de la ciudad de Dresde durante la Segunda Guerra Mundial que afectaron a la Biblioteca estatal en la que se depositaba parte de su obra.
Admirar a Albinoni resulta sencillo para la inmensa mayoría de músicos pero, si quien le admira es el mismísimo Rey del Barroco, Johann Sebastian Bach, al que nos hemos referido aquí el 22 de diciembre de 2017: Johann Sebastian Bach, el genio barroco, nos ponemos en “modo galáctico”. Y es que el gran Bach escribió al menos dos fugas sobre temas de Tomaso.
Mi contacto consciente con la música de Albinoni se produce en 1990, cuando comenzaba a estudiar Música Clásica, y adquirí un cassette, (algunos pensarán que viví en el Pleistoceno Medio…), de varios compositores, en el que la primera pieza de la cara A estaba reservada al Adagio de Tomaso Albinoni. Y, precisamente este Adagio, es la conexión de su música con nuestro maravilloso y versátil instrumento de la guitarra clásica.
Recientemente, adquirí un libro, al que ya me he referido aquí, al menos en dos ocasiones, en el que hay una interesante adaptación del Adagio para guitarra. Hablamos del manual titulado “Pages Célébres” Transcrites Pour La Guitare, Éditions Castelle de 2001, en el que, además de esta adaptación, se incorporan las de “Sarabanda variée” de Haendel, “Sonata IX” de Cimarosa y “Cantata 147” de J.S. Bach.
Hace unas líneas se hizo referencia a la biografía tratada aquí de J.S. Bach, al igual que se desarrolló la de Domenico Cimarosa el 31 de enero de 2020: Domenico Cimarosa, un compositor del Clasicismo, y recientemente la de Georg Friedrich Händel el 24 de abril de 2020: Händel: un prodigio alemán en la Inglaterra Barroca. Obsérvese que, si bien acabo de escribir “Händel”, en el párrafo anterior se consignó “Haendel”, pues así está mencionado en el indicado libro.
Pero regresemos a lo sustancial. Curiosamente la obra que me une espiritualmente a Albinoni es este Adagio sobre cuya autoría existe discusión, y que ha multiplicado exponencialmente la dimensión de su legado. Paso seguidamente a relatar, con la mejor intención y la mayor objetividad posible, el estado de la cuestión sobre esta obra.
En 1945 el musicólogo italiano Remo Giazotto (1910-1998) compuso este Adagio, publicado en 1958, basado en fragmentos de un movimiento lento de una sonata a trío para cuerdas y órgano de Tomaso Albinoni, fragmentos, que, según Giazotto, fueron rescatados de los restos del bombardeo de Dresde sobre la Biblioteca en la que se guardaba parte de la obra del compositor barroco. Sin embargo, no hay una prueba científica de que se haya rescatado dicho material, que de ser cierta su recuperación y siguiendo con el relato de Giazotto, únicamente se leería el bajo continuo y seis compases de la melodía, desmintiendo categóricamente la «Staatsbibliothek Dresden» tenerlas en su colección de partituras.
Cada vez que me sumerjo en la historia de la Música, que tuve la oportunidad de cursar en Primero de Bachiller y, además, en mi carrera musical, me doy cuenta de la cantidad de temas oscuros y apasionantes para investigar desde un punto de vista doctoral y científico. No cabe duda de que este Adagio daría para una estupenda tesis de investigación además de base para una envolvente obra de ficción.
Mi opinión al respecto, aunando mi profesión de abogado y mi condición de músico, es que si el autor probado del Adagio es Giazotto y éste reconoce haberse basado en un fragmento de Albinoni, puede dársele credibilidad y ello porque además del reconocimiento y generosidad sobre la creación de una obra, que en todos los libros y discos, figura a nombre de Albinoni, la pretendida teoría de que utilizó la asociación con este autor para darle empaque publicitario a su composición, -que de otra forma pasaría más desapercibida-, decae desde el momento en el que se aprecia la calidad y categoría de obra maestra del Adagio.
No obstante, la intervención compositiva de Giazotto resulta sustancial si, como dice, únicamente se basó en seis compases, algo que ni siquiera daría lugar a considerarse plagio conforme a la Ley de Propiedad Intelectual española, con el aditamento de los derechos de autor que igualmente se reconocen a las adaptaciones y a los intérpretes de obras ajenas, cuyos trabajos también conforman algo original y protegible. Y una pequeña crítica final: si realmente los musicólogos se inclinan en pensar que no hay evidencias de que Giazotto haya utilizado en su desarrollo compositivo fragmentos de una Sonata de Albinoni, resulta injustificado y poco científico que todas las partituras y audios del Adagio se atribuyan a Albinoni. De otra forma, sólo podría considerarse así, si, como antes indiqué, le damos una trascendente credibilidad, en ausencia de otras pruebas, al reconocimiento noble de Giazotto sobre el fragmento de la sonata de Albinoni.
Volvamos a la obra, -no te vayas a enfadar conmigo Tomaso-, y a la partitura que ahora mismo tengo a la vista, cuya luminosidad empasta a la perfección con este sol primaveral tan agradable que penetra por mi flanco izquierdo.
Curiosamente, el tempo de esta obra es Lento, mucho más lento que el parámetro propio del tempo Adagio (40 a 60 pulsos por minuto del primero en relación a los 66 a 76 del segundo), y es que Adagio es tanto un indicador de tempo como un movimiento de una pieza musical.
El ritmo es ternario de subdivisión binaria (3/4), y se estructura en 87 compases. La percepción rítmica no es tan lenta al utilizar figuras más pequeñas como las fusas (entran 8 en cada negra de pulso).y no es una adaptación especialmente difícil para guitarra, si bien, con abundantes cejillas por todo el diapasón y alteraciones accidentales comunes, a lo que ayuda la memoria musical de conocer previamente la melodía para clarificar los pasajes rítmicos más complejos.
La tonalidad está en La Menor, a diferencia de la partitura original, compuesta en Sol menor, lo que facilita su lectura y localización de notas, puesto que no tiene alteraciones en la armadura a diferencia del tono original con dos bemoles (Sib y Mib). Quizás se echan en falta más matices de expresión y reguladores de volumen en la partitura, si bien era algo inusual en las partituras barrocas, (aunque, como antes se explicó, ésta no lo sea del todo), y únicamente hay una indicación “Ad libitum” (a voluntad) en el compás 33.
La mayor peculiaridad desde el punto de vista de técnica de guitarra estriba en el rasgueado impreso de buena parte de los acordes del primer tiempo (el fuerte) de varios de los compases. Sin duda es un placer redescubrir esta obra universal a través de una adaptación tan bien escrita y presentada.
Gran trayectoria la tuya, querido Tomaso: casi ochenta años de vida en tu Venecia natal componiendo obras cantadas e instrumentales de calidad y variedad formal, consiguiendo, nada menos, que Johann Sebastian Bach utilizase tus bajos para los ejercicios de armonía de sus alumnos. Y es verdad que quizás Giazotto tenga mucho mérito en el Adagio, pero ¡cuántas y buenas obras de tu cosecha se han extraviado o quizás perdido para siempre! Seguramente el Adagio hace en parte justicia contigo, a tanto trabajo creativo desaparecido, y también a Giazotto, que además de estar irremediablemente vinculado a ti para todos los tiempos, ha tenido la nobleza de reconocer su fuente de inspiración en tu sonata, neutralizando el ego tan característico de los artistas, lo que hay que destacar y aplaudir. Ahora que ya estáis los dos en otra dimensión existencial seguro que lo podréis aclarar y rehacer la mejor versión de este maravilloso adagio. Hasta los ángeles la querrán escuchar.