Esta tarde voy a regresar al Barroco Musical con un compositor asombroso: hablamos de Georg Friedrich Händel.

El protagonista de hoy nace en Halle, Brandeburgo (antigua Prusia y actual Alemania) el 5 de marzo de 1685, (mismo año del nacimiento del gran Johann Sebastian Bach, cuya biografía desplegamos aquí el 22 de diciembre de 2017: Johann Sebastian Bach, el genio barroco, que también nació en el mes de marzo pero en un día indeterminado), y fallece el 14 de abril de 1759 en Londres.

Hablamos de un compositor de los grandes en la Historia Universal de la Música, y que pese a desarrollar su carrera en el Barroco, hace más de 300 años, su influencia en la música posterior y actual resulta sorprendente y admirable, (de hecho, para muchos críticos, es considerado el primer compositor moderno, por cuanto supo amoldar su arte a los gustos del gran público quedando supeditados a éstos los de la nobleza y los de los mecenas, para los que la mayoría de los músicos de la época trabajaban).

Händel recoge el testigo artístico de otro gran compositor, el inglés Henry Purcell (1659-1695), cuya biografía fue tratada también en este blog el 11 de octubre de 2019: Henry Purcell, músico de leyenda: del clavicémbalo a la guitarra, si bien destacando en su acertado tratamiento de las notas ejecutadas al unísono (homofonía musical) y convirtiéndose en el más importante compositor de Ópera de su época, además de rivalizar, ahí es nada, con el mismísimo J.S. Bach en el género del Oratorio (es un género musical dramático sin puesta en escena, ni vestuario, ni decorados, compuesto generalmente para voces solistas, coro y orquesta sinfónica, a veces con un narrador, su tema es frecuentemente religioso, pero también puede ser profano).

Su producción musical resulta pantagruélica, no tanto por el número de obras sino por el tipo de composiciones. Nada menos que 43 Óperas y 26 Oratorios, algunos tan populares como “el Mesías “, que año tras año se interpreta en buena parte de los auditorios y teatros de todo el mundo en las vísperas de las Navidades, además de 78 obras instrumentales muy variadas.

La vocación musical del joven Georg no vino precisamente de familia, puesto que su padre era un cirujano, ya mayor cuando lo concibió (63 años), y no quería saber nada de la afición musical de su hijo que, pese a todo, logró esconder un pequeño clavicordio en casa (es un instrumento musical con teclado de cuerda percutida), para poder practicar y explorar todos los misterios musicales que su infancia demandaba, convirtiéndose después en un hábil intérprete de órgano y clave (instrumento musical también con teclado, pero que al igual que el arpa y la guitarra, son de cuerda pulsada).

Curiosamente, un viaje familiar a Weissenfels permitiría a Händel dedicarse profesionalmente a la música, convenciendo a su propio padre tras dar un pequeño concierto improvisado de órgano en la iglesia del palacio, donde dejó a todos con la boca abierta (padre incluido y, seguramente, orgulloso); consiguiendo tomar lecciones de composición musical e interpretación de teclado con Friedrich Wilhelm Zachow, el organista de la Marienkirche de Halle. En los años siguientes se formó en armonía, contrapunto y análisis de partituras además de ser capaz de tocar instrumentos tan diversos como el oboe, el violín, además de la clave y el órgano.

Pese a todo, con 17 años comienza también a estudiar Derecho -un deseo muy poderoso de su padre- en la Universidad de Halle, a la vez que consigue el puesto de organista de la Catedral, siguiendo en estos años un periplo musical por Hamburgo (donde tocó el violín en la orquesta Oper am Gänsemarkt, y también por Italia donde se empapa de la tradición operística de este país).

En 1710 Händel regresó de Italia a Alemania y se convirtió en el maestro de capilla del Príncipe elector de Hannover, Jorge, llamado a ser Jorge I de Gran Bretaña. El éxito obtenido con su ópera “Rinaldo”, en suelo inglés, basada en el poema épico “Jesusalén liberada” del poeta italiano Torquato Tasso le animan a establecerse en Inglaterra, donde llega a ser Director de la Royal Academy of Music entre 1720 y 1728, obteniendo incluso la nacionalidad de este país, por acta de naturalización que otorgó el mismísimo Rey Jorge I antes de fallecer, modificando su nombre y apellidos a los más “British” George Frideric Handel. Son los años de desarrollo de sus proyectos operísticos en teatros míticos ingleses como “King´s Theatre” o “Covent Garden Theatre”.

Ya en 1742 Händel fue invitado a Dublín para dar conciertos en beneficio de hospitales locales, lugar donde se estrena el aclamado “El Mesías” con un coro de 26 niños y cinco hombres que provenían de los coros de las catedrales de San Patricio y de la Santísima Trinidad (recordemos que en esa época, tristemente, las niñas no podían formar parte de estos coros, prohibición que perduró hasta el siglo XIX).​

En su última etapa, en 1759, Händel compuso la “Música para los Reales Fuegos de Artificio”, que fue la primera composición que adquirí de Händel a mis 18 años, en formato de cassette, y que se trata de una música festiva y majestuosa que merece la pena volver sobre ella en estos tiempos de confinamiento por el Covid 19. Pensemos que ya en el Siglo XVIII nada menos que 12.000 personas presenciaron su estreno al aire libre.

Su salud se deterioró por un accidente de carruaje y una catarata en un ojo, cuya mala evolución lo dejaría ciego en los últimos siete años de su vida, lo que no le impidió seguir dirigiendo coros hasta sus últimos tiempos, falleciendo días después de desvanecerse al finalizar un concierto. Nuestro músico de hoy está enterrado en la Abadía de Westminster donde tuve la oportunidad de ver su panteón en compañía de mis padres en una visita a Londres en 2014.

La razón por la que traemos a Händel a este blog dedicado a guitarristas es porque, al igual que ocurre con otros genios barrocos como Purcell o Bach, existen obras transcritas para guitarra y una de ellas la he descubierto recientemente en un libro que adquirí en Navidades: titulado «Pages Célébres» Transcrites Pour La Guitare, Éditions Castelle de 2001. Comparte protagonismo en el manual con otros dos grandes compositores del Barroco: Bach y Albinoni, además de con el clásico Cimarosa, libro ya mencionado aquí cuando tratamos la biografía de este compositor napolitano el 31-1-2020: Domenico Cimarosa, un compositor del Clasicismo.

Pese a que en esta época del año el tiempo que dedico a la música se circunscribe a cuatro o cinco temas modernos, alternando canciones propias con versiones, que preparo a conciencia en sus dimensiones instrumentales y vocales, para realizar una grabación (normalmente en el mes de junio de cada año), esta tarde he hecho una excepción a mi programa de ensayos para tocar la enigmática “Sarabande variée”de Georg Friedrich Haendel (así aparece transcrito su apellido en el libro). La zarabanda es una danza lenta, del período barroco desarrollada durante los siglos XVI y XVII, escrita en un compás ternario​ y se distingue en que el segundo y tercer tiempo van a menudo ligados, dando un ritmo distintivo de negra y blanca alternativamente.

La obra tiene 3 movimientos: una presentación y dos variaciones, caracterizadas por cambios en el tempo adornados con las palabras: “Poco Piú mosso” (un poco más movido que la presentación, nominada con la palabra “Grave”) y “Sostenuto” (que implica a veces una desaceleración del tiempo al ejecutar las notas de manera sostenida sobrepasando el valor normal de sus figuras).

El compás es ternario (3/2), de subdivisión binaria, y está en Re menor, con las habituales alteraciones melódica y, sobre todo, armónica de los grados sexto y séptimo (Si y Do), especialmente con la sensible al caer en la tónica. La obra es de dificultad media, ya que alterna notas al aire con otras pulsadas en todo el diapasón, con frecuentes cejillas, y el añadido de que se interpreta con una afinación diferente que consiste, como otras veces hemos comentado aquí, en rebajar un tono completo a la sexta cuerda que pasa a convertirse en Re al aire, lo que modifica la pulsación de todas las notas de esa orden complicando la lectura de las estructuras armónicas en las restantes cuerdas. Una obra barroca que merece la pena aprender a tocar sabiendo que ha sido compuesta por un genio de la música, cuyos primeros instrumentos (clavecín o clave) son de la misma familia de cuerda pulsada que la guitarra (no así el clavicordio, que es de cuerda percutida como el piano, como antes se apuntó).

Pues sí, admirado Georg, seguramente pudiste haber sido un estupendo abogado civilista, como pretendía tu padre, y probablemente manejabas las palabras con precisión y el necesario descaro para dicha profesión, pero parece evidente que nunca jugarías con ellas con la misma maestría que las notas de tus composiciones, escondidas en figuras y escoltadas por silencios, en el maravilloso bosque de tu ingenio.

Te han dedicado grandes elogios: ¿Qué me dices de éste?: “Su estilo tiene la solidez y el contrapunto de la música alemana, la melodía y el enfoque vocal del bel canto de la italiana, la elegancia y solemnidad de la escuela francesa y la audacia, sencillez y fuerza de la inglesa”. Comentario de José Luis Comellas en “Nueva Historia de la Música”. Pero resulta conmovedor escuchar las palabras que te dedicó otro grande la música como Ludwig Van Beethoven: «el maestro de todos nosotros… el compositor más grande que jamás haya existido. Me dejaría al descubierto la cabeza y me arrodillaría ante su tumba».

Con todo, que es mucho, fuiste además un hombre generoso y solidario que paseó por la vida dejando un rastro de bonhomía y decencia. Seguro que en algún buen lugar de este misterioso universo estarás recibiendo la calidez de tantos desfavorecidos a los que ayudaste en vida con conciertos y obras benéficas. Tu talento no nubló el factor humano.