Noche de sables en el Este de Europa, y bien que nos preocupa y nos decepciona a cuantos creemos en la convivencia de los pueblos y de las sociedades diversas, porque son mucho más las cosas que nos unen que lo que nos diferencia. Y una de las que nos une a tod@s los seres humanos es precisamente la música. Por ello, no voy a perder ni un minuto en la triste actualidad de la que ya tengo demasiada información por hoy, por lo que es el momento de disfrutar, un viernes más, interesándome en revisar la obra artística de otro músico genial del “palo” clásico. Hoy es la noche de Ponce.

Manuel María Ponce Cuéllar nace el 8 de diciembre de 1882 en la ciudad minera de Fresnillo, Zacatecas (México), en el seno de una familia ciertamente numerosa, puesto que Manuel fue el duodécimo hijo de la pareja que formaban sus padres (Felipe de Jesús Ponce y María de Jesús Cuéllar), ambos originarios de Aguascalientes, ciudad a la que retornaron cuando nuestro protagonista apenas tenía unos meses de vida.

Fue la afición de su madre por la música lo que influyó decisivamente en Manuel y en tres de sus hermanos (María del Refugio, Josefina y José Braulio). Por lo que respecta a Manuel inició sus estudios de piano con su hermana Josefina, recibiendo, asimismo, instrucción musical de otra de sus hermanas, María del Refugio, que fue una reconocida docente, pianista y compositora. Las magistrales condiciones artísticas de Manuel pronto se pusieron de manifiesto ya que con apenas seis años de edad interpretaba melodías de dificultad, por lo que sus padres y hermanos mayores apostaron por que se formara adicionalmente con el maestro de piano Cipriano Ávila (a la sazón también abogado como quien escribe).

Manuel también potenció y desarrolló su voz en el coro infantil del templo de San Diego (Aguascalientes), a la par que realiza labores de ayudante de órgano y posteriormente, en 1898, consigue la titularidad cuando apenas contaba con 16 años de edad. Su formación demandaba nuevos retos y para ello viaja a Ciudad de México para comenzar estudios con los maestros Vicente Mañas (compositor norteamericano de origen español, 1858-1931), Eduardo Gabrielli y Paulo Bengardi, ingresando en 1901 en el Conservatorio Nacional de Música en el que estuvo durante dos años. América ya le quedaba pequeña, o, mejor dicho, era el momento de realizar una estancia internacional en Europa para conocer a otros grandes músicos y continuar el desarrollo de su carrera musical, que estaba y estuvo perfectamente orientada desde su propia familia y con el acierto de las decisiones que fueron progresivamente adoptándose. Estudia en Bolonia con el organista Enrico Bossi (1861-1925) y con el musicólogo Luigi Torchi (1858-1920). Seguidamente, en 1906, Manuel se desplaza a Alemania donde permanecerá dos años, perfeccionando su técnica en el piano con el maestro Martin Krause (1853-1918), quien además de ser docente en el Conservatorio Stern y director de la Liszt Verein en Leipzig fue discípulo del gran pianista austríaco Franz Liszt (como también su profesor en México Eduardo Gabrielli fue discípulo de Giuseppe Verdi).

Tras su apasionante e intensa aventura europea Ponce regresa a México para dedicarse a la “triple artística”: la docencia, la composición y la interpretación.

Ya en 1915 Manuel va a La Habana, un auténtico hervidero de emigrantes provenientes de todo el mundo, especialmente de España y países de Hispanoamérica, en compañía del poeta también mexicano Luis Gonzaga Urbina (1864-1934), donde imparte clases de piano a la par que colabora en algunos diarios de la isla. Tras esta estancia en Cuba, Manuel regresa a su país y es nombrado director de la Orquesta Sinfónica de México, batuta que esgrimirá durante dos años (1918-1920), y es que, pese a que nuestro artista ya tenía una madurez musical y una formación y experiencia considerables decidió de nuevo emprender la ruta del aprendizaje (esa curiosidad por saber y por mejorar que mientras permanece en nosotr@s resulta el elixir de la vida y de la juventud más poderoso). Y así viaja a París para estudiar de la mano del compositor francés de la escuela impresionista Paul Dukas (1865-1935), obteniendo la licenciatura en Composición y regresando a México en 1933, donde logra la plaza titular de la cátedra de piano del Conservatorio Nacional de Música además de su dirección. Sus cargos administrativos también se proyectaron a la inspección de la sección de música del Instituto Nacional de las Bellas Artes (INBA), destinado a la promoción de la producción artística, la difusión de las artes y la literatura, así como, a la educación artística, además de consejero de la Orquesta Sinfónica de México, consolidando su trayectoria directiva en 1945 al ser nombrado director de la Escuela Nacional de Música, tras ser fundador del Seminario de Cultura Mexicana y miembro del Seminario de Educación Pública. En 1948 nuestro admirado músico fallece en la Ciudad de México a la edad de 65 años.

Leyendo estas pinceladas de su trayectoria artística, quizás alguno de vosotr@s os preguntaréis por qué Ponce comparte hoy este blog de guitarristas si su instrumento de base era el piano. Pues bien, pese a que el piano y la guitarra presentan muchas diferencias en técnica, partitura y expresión, Ponce compuso múltiples obras para guitarra, -además de para otros instrumentos-, estudio de este instrumento que fue estimulado por su amigo el gran guitarrista español Andrés Segovia, a quien dedicamos aquí un espacio el 22 de mayo de 2021: Andrés Segovia, Gran Maestro de la Guitarra Clásica, además de la relación que también cultivó con otros grandes de la guitarra clásica como el carioca Heitor Villa-Lobos (1887-1959), el madrileño Federico Moreno Torroba (1891-1982) y Joaquín Rodrigo (1901-1999).

El estilo musical de Manuel Ponce se encuadra en el llamado impresionismo musical, que en México es, junto con José Rolón (compositor, director de orquesta y profesor de música, 1876-1945), su principal exponente, si bien sus composiciones, basadas muchas de ellas en temas populares mexicanos, tenían un indudable influjo del romanticismo europeo. Sus canciones fueron interpretadas por los grandes cantantes de su tiempo, como la soprano francesa Lily Pons (1898-1976), y el tenor italiano Tito Schipa (1888-1965) y puede decirse que es el primer músico mexicano cuya obra compositiva tuvo una verdadera dimensión internacional.

La razón de que Manuel Ponce “nos acompañe” esta noche viene propiciada porque uno de los recientes libros que me regalaron los Magos de Oriente fue su Sonata Romántica para guitarra, edición original de 1929 y reimpresa en 1957 por Schott Music, digitada por Andrés Segovia, Sonata Romántica que es un homenaje al compositor vienés Franz Schubert (1797-1828), que, según se titula en la dedicatoria de la primera parte de la sonata, amaba a la guitarra.

Esta obra está estructurada en los cuatro movimientos típicos de esta forma musical con tempos de: Allegro Moderato, Andante espressivo, Alegretto vivo y Allegro non troppo e serioso; resulta genial la cantidad de matices de velocidad que estas expresiones italianas universales regalan a los fragmentos musicales. El compás es cuaternario (binario) de subdivisión binaria, con compás preponderante de 4/4 en sus dos primeros movimientos, mudando a 2/4 en el tercero, y regresando al compás inicial en el cuarto.

Estamos hablando de una obra de dificultad en la propia lectura ya que, además de los cambios de tono de cada uno de los movimientos, son muy recurrentes las alteraciones accidentales, -que en realidad, por su repetición y variedad desmienten aquí su nombre-, y así podemos encontrar incluso dobles sostenidos, múltiples becuadros que neutralizan sostenidos de la clave a la par que las habituales alteraciones cromáticas, siendo la dificultad notable porque la localización de las notas se proyecta a lo largo de todo el diapasón; es cierto que la rítmica no es compleja pero sí la expresión que requiere estar muy pendientes de matices, reguladores, cambios de tempo en alguno de los movimientos e incluso armónicos; en definitiva, toda la riqueza del romanticismo heredado por este genial autor. A continuación comparto con tod@s la obra, interpretada por el guitarrista polaco Marcin Dylla: https://youtu.be/ETOQDfb-cd4.

Ponce es considerado el padre del nacionalismo musical mexicano y es que en 1912, tras un concierto con obras que caracterizaban una forma mexicana de expresar la música, se inicia dicho fulgor musical nacional, en una época en la que la Revolución mexicana dejó su impronta en todos los foros sociales y artísticos.

Como antes hemos apuntado Ponce escribió música para guitarra, obras para piano, canciones, música de cámara y orquesta, siendo las más conocidas y numerosas las de piano y guitarra, destacando un dato que me causa estupefacción cual es que casi la mitad de la música de Ponce es desconocida o se ha perdido, y estamos hablando de un músico casi contemporáneo.

Referimos seguidamente sus obras para guitarra conservadas: Sonata mexicana (1925), Prélude (1925), Tres canciones populares mexicanas: La pajarera, Por ti mi corazón, La Valentina (1925), Thème varié et finale (1926), Sonata II (1926), Sonata III (1927), Sonata clásica, homenaje a Fernando Sor (1928), Sonata romántica, ya citada como homenaje a Schubert (1929), 24 Preludios (1929), Diferencias sobre ‘La Folía’ de España y Fuga (1929), Postludio (1929), Suite en La menor (1929), Sonatina meridional (1929) Estudio en Trémolo (1930), Sonata VI, “de Paganini”, cuyo último movimiento se publicó por separado: Andantino Variado (1930), Balletto (1931), Preludio en Mi Mayor (1931), Suite “Antigua” en Re Mayor (1931), Sonatina, Homenaje a Tárrega, del cual sólo se conserva el último movimiento: Allegro (1932), Cuatro piezas para guitarra: Mazurca, Vals, Trópico, Rumba (1932), Allegretto (1933), Sonatina meridional (1939), Concierto del Sur, dedicado a su viejo amigo Andrés Segovia, quien además lo estrenó (1941), Vespertina (1946), Matinal (1946), Seis Preludios cortos (1947), Variaciones sobre un tema de Antonio de Cabezón (1948), y Apéndice: Tres variaciones sobre Cabezón (1948).

Ha sido una noche muy agradable, admirado Ponce, en la que, una vez más, descubro una obra colosal de la que no tenía suficiente conocimiento. No puede negarse que eres uno de los grandes músicos que ha dado el entrañable México al mundo, país que ha cuidado como ninguno a la guitarra española. Has podido disfrutar del cariño y admiración de tu pueblo y así, un año antes de dejarnos, en 1947, fuiste el primer músico en obtener el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Seguro que te agradará saber que tienes un busto conmemorativo en Aguascalientes, en la Plaza de la Patria, esa querida localidad de tus padres que pronto te acogió desde que eras un recién nacido, y seguro que también te enorgullece que en 1952, apenas 4 años desde tu desaparición, te hayan trasladado a la Rotonda de las Personas Ilustres en el Panteón de Dolores de la Ciudad de México. Pero, dime algo, querido Manuel, ¿cómo es posible que casi la mitad de tu obra se haya extraviado? (me resisto a considerarla irremediablemente perdida). ¿Y si… me das una pista para localizar alguna de tus partituras? (como la recientemente descubierta Alegretto, compuesta en 1933 y rescatada en 2009 por el maestro Juan Carlos Laguna); o, mejor aún, ¿qué tal si me transmites desde las estrellas una inspiración de alguno de esos pasajes perdidos que tu genio fue capaz de componer? Me gusta la idea: algún día trataré de componer una obra para guitarra iluminada por tu talento y generosidad y te prometo que no la consideraré del todo propia.

A la vista de tantas obras tuyas que no se han podido conservar hay que poner en valor al guitarrista y compositor mexicano Miguel Alcázar que hizo un trabajo de investigación recopilando en un libro y alrededor de seis CD tu obra completa para guitarra. Curiosamente, querido Manuel, me ha sorprendido conocer que una melodía top de tu obra, Estrellita, sea considerada popular cuando la composición es tuya por más que no la hayas registrado a tu nombre. Puede que los dólares no hayan inundado tu vida pero sí la fama y la admiración de quienes, casi un siglo después de la creación de tus composiciones, seguimos admirando la belleza y calidad de tu música. Y quiero cerrar estas líneas con una frase definitoria de tu compromiso artístico con México: “Considero un deber de todo compositor mexicano ennoblecer la música de su patria dándole forma artística, revistiéndola con el ropaje de la polifonía y conservando amorosamente las músicas populares que son expresión del alma nacional”.

Desde luego, admirado Ponce, pero tu obra, mexicana y escoltada por tantas buenas influencias europeas, ha traspasado fronteras geográficas y temporales. ¡Viva México!