Esta lluviosa tarde de diciembre, tan cercana a la Navidad, voy a detenerme en el músico británico John Mayall, que formó parte durante los años sesenta de una de las mejores bandas de instrumentistas de la década: “Bluesbreakers”.

John nace en la localidad de Macclesfield (Cheshire) el 29 de noviembre de 1933, por lo que cuenta ya con 86 años pero sigue vinculado a la música y ofrece conciertos con regularidad (recientemente en Alicante, el pasado mes de octubre). Hablamos de un intérprete y compositor de entidad, siendo la guitarra y el teclado los instrumentos básicos de su buen hacer profesional.

Su primer grupo lo funda en 1955, se denominan “The Powerhouse Four”, pero la banda de su vida, con la que dio el salto a la fama, es, sin duda, la mencionada “Bluesbreakers”. Para ello, como tantos buenos músicos ingleses, sale de su tierra y se establece en Londres donde contacta, entre otros, con el músico estadounidense Sonny Boy Williamson (1912-1965), una auténtica leyenda del Blues, con el gran John Lee Hooker (1912-2001), también norteamericano, y que cada vez que lo menciono en este blog siento que apenas quedan semanas para tratar su figura aquí como merece. Estamos a principios de los años sesenta y el rhythm&blues está en pleno auge.

“Bluesbreakers” incorpora nada menos que a Eric Clapton, cuya trayectoria fue tratada en este blog el 11 de enero de 2019: Clapton… ¿alguien no lo conoce? precisamente, ya que incorporan a Peter Green, un extraordinario guitarrista, aunque indudablemente Eric Clapton era un auténtico mito de las seis cuerdas ya en los sesenta. Con Peter se graba el trabajo “A Hard Road”, cuyos temas son composición propia de Mayall. Resulta más admirable que sea capaz de manejarse con guitarras muy diferentes incluso en número de cuerdas, (además de la clásica de seis, toca también las de nueve y cinco cuerdas), armónicas, teclados, etc. Seguramente por ello la palabra músico o intérprete en su espectro más amplio encaja mejor con Mayall que la de “simple” aunque sobresaliente guitarrista. Buena prueba de ello es su trabajo en solitario “The Blues Alone” que es capaz de grabarlo en un solo día. Pensemos en la cantidad de grupos importantes que pasan semanas o meses en el estudio con todos los medios a su alcance para realizar y pulir sus trabajos, pero John Mayall, pese a ser ya en ese momento un compositor importante, no necesitó más que una jornada para regalarnos un trabajo extraordinario. La actividad del grupo, “Bluesbreakers”, continúa paralelamente, incorporando una sección de viento y al joven pero excelso guitarrista Mick Taylor, dando lugar al disco “Crusade”, un viaje al viejo Blues al que tanto ama, si bien la asociación entre Taylor y la banda consigue su mayor éxito con la grabación “Blues From Laurel Canyon”. Tras un pequeño influjo de la corriente psicodélica en su trabajo “Bare Wires”, en la que una suite dura nada menos que 23 minutos, John Mayall da un giro a su vida y se traslada a California, donde igualmente sus composiciones resultan un éxito, gracias en buena parte a la canción “Room to move”, en 1970, canción incluida en el álbum “The Turning Point”, que estoy escuchando mientras escribo estas líneas, y que me resulta profundamente americana con esos toques de armónica tan característicos, álbum por cierto que se grabó en directo con apenas cuatro músicos y una instrumentación minimalista: flauta, armónica, saxo, bajo y guitarra acústica. Posteriormente, en el disco “Union” introduce en su banda al violinista Don Harris. Son tiempos de formaciones inestables, de búsqueda de sonidos y de experimentación, pero el camino hacia “sólo sabe John a dónde va”, resulta exitoso y fructífero. Incluso Mayall llega a flirtear con el Jazz, con el trabajo denominado “Jazz Blues Fusion”.

Lo más característico de John Mayall en su trayectoria en América es precisamente la inestabilidad de sus formaciones, con composiciones propias y músicos nuevos de apoyo para sus discos o directos, resultando curioso el título de su álbum de 1975 “New Year, New Band, New Company”, inestabilidad que igualmente afecta a su compañía discográfica. Por ese tiempo la banda explora nuevos sonidos en estilos diversos como el Funky y el Country, en detrimento del Blues, incorporando una voz femenina, Dee Mc Kinnie, camino que sigue explorando en “Notice To Appear”, si bien no tuvieron la acogida del público ni de la crítica. Y es que, como otras veces hemos comentado, resulta muy difícil para un músico veterano dar un giro de estilo cuando el gran público lo que espera de él es, precisamente, todo aquello, -quizás ya inalcanzable porque los tiempos y los oídos cambian-, que hizo para convertirse en popular. En cualquier caso, ningún reproche por mi parte a la fusión de estilos o a la experimentación de otros sonidos porque, además, si alguien tenía comodín para hacerlo y no difuminarse artísticamente era precisamente John Mayall. Tras ese cruce de Funky y Country nuestro protagonista regresa al Blues, pero ya sin el éxito y popularidad de sus primeros trabajos. Y es que ser leyenda, como es John, requiere en cierta forma desaparecer de la primera escena. Felizmente, Mayall sigue en activo pero el mito de su figura hace mucho tiempo que partió en otra dirección que la del propio músico. Hace unos años, mi compañero de grupo, José Ramón Paredes, asistió a uno de sus conciertos en Asturias y le sorprendió que el mismísimo John se encargase del merchandising de sus propios discos, teniendo la oportunidad de intercambiar unas palabras con él, tras su actuación, desde la admiración y el conocimiento de José Ramón de estar ante una leyenda de la música.

Además de los trabajos discográficos indicados, hay que destacar también: “Bluesbreakers With Paul Butterfield”, “The Blues Alone” (ambos de 1967), “Looking Back”, “Thru the years” (los dos de 1969), “Empty Rooms” (1970), “Back to the Roots”, “Memories” (ambos de 1971), “Ten Years are gone” (1973), “The latest edition” (1974), “Banquet in blues” (1976), “A hard core package” (1977), “The bottom line” (1979), “No more interviews” (1980), “Road Show Blues” (1981), “Chicago line” (1987), “Archives to Eighties” (1988), “A sense of place” (1990), “Cross Country Blues” (1992), “Wake up call” (1993), “Spinning Coin” (1995), “Blues for the lost days” (1997), “Padlock on the Blues” (1999), “Along for the ride” (2001), “Stories” (2002), “Road dogs” (2005), “In the palace of the king” (2007), “Tough” (2009), “A special life” (2014), “Find a way to care” (2015), “Talk about that” (2017), “Nobody told me” (2019); además de un buen número de álbumes en directo.

Se puede decir que John Mayall ha tenido la virtud no sólo de exponer tantos y buenos trabajos de propia cosecha creativa sino también ha conseguido poner en el escaparate una buena cantidad de músicos jóvenes y de enorme talento que trabajaron con él (pensemos por ejemplo en un jovencísimo Mick Taylor, 16 años más joven que Mayall), y que llega a tocar poco después en The Rolling Stones, siendo considerado el número 37 de los cien mejores guitarristas de todos los tiempos en la lista de la Revista Rolling Stone). Y es que fueron muchos los músicos de diferentes estilos e instrumentos que aprendieron del veterano profesor, y especialmente tiene el mérito de haber contribuido a que el Blues tuviese una dimensión universal, ya que si bien otras grandes bandas han bebido de estas fuentes sus éxitos, pronto se desmarcaron de sus raíces y volaron hacia estilos más juveniles y mediáticos como el Rock, mientras que John Mayall, pese a experimentar, como antes señalamos, diferentes sonidos, formaciones e incluso estilos, su dilatada carrera no se apartó del Blues más que de forma testimonial.

Aunque ha tocado con muchas guitarras distintas, acústicas y eléctricas, (incluso de estructura muy diversa: de caja, semisólidas o sólidas), su preferida -según el propio John afirma- es la Stratocaster Eric Johnson, que sale en la portada de “A Special Life”; no obstante, este artesano del Blues también es capaz de modificar o cortar piezas, en función de sus necesidades musicales, salvando eso sí, la pastilla y el regulador de volumen, para luego decorarlas de forma personal. Está claro que como otros grandes intérpretes de la guitarra y, tomando prestada una expresión del gran guitarrista asturiano Ángel Miguel, -cuya biografía tratamos aquí el 21 de septiembre de 2018, le das a John una escoba y cuatro cuerdas y le saca un notable sonido.

Es una suerte, querido John, saber que sigues en la carretera a pleno rendimiento, como en su día el gran BB King (al que también se le rindió tributo en este blog el 14 de diciembre de 2018: B de Blues: B.B. King), que sea por mucho tiempo, la semilla del Blues sigue germinando y, desde luego, una menor popularidad actual no va reñida con el reconocimiento universal de toda tu contribución al Blues británico, estando reconocido con una OBE (la orden más excelente del Imperio Británico), además de ocupar un lugar en el Salón de la Fama del Blues en 2017 como único superviviente de los fundadores del Blues-Rock británico.

Y sigues tocando sin saber porqué, respirando el Blues que cuenta tu rica experiencia de vida -como antes otros la contaron-; sea cuál sea el camino musical que sigas, o el mayor o menor éxito de tus discos o conciertos, eres Leyenda Universal de la Música desde hace sesenta años aunque, para mí, tu magnetismo será siempre esa fórmula indescifrable y misteriosa que te empuja una y otra vez a acariciar las seis cuerdas. Si algún día la desencriptas, por favor, no nos la cuentes.