Esta hermosa tarde de julio voy a ocuparme de un músico superlativo: Niccolo Paganini, destacado violinista y violista además de extraordinario compositor, pero también, aunque sea menos conocido por el gran público, guitarrista y creador de obras de cámara para este instrumento.

Niccolo nace en Génova en 1782 y fallece en Niza (Francia) en 1840, por lo que desarrolla su carrera en el período musical del Romanticismo, en el que la guitarra vive su etapa de oro como instrumento solista con destacados intérpretes como Giuliani, Carcassi, Tárrega, Coste, De Ferranti, entre otras figuras, sobre cuyas trayectorias y aportaciones técnicas a la guitarra ya nos hemos referido en esta sección.

Volvemos a Paganini, cuya enseñanza musical en edad muy temprana (7 años) corrió de la mano de músicos locales de su ciudad natal. El violín fue su primer compañero de viaje, -aunque también tocó desde muy pequeño la mandolina-, y pronto, con apenas 9 años, comenzó a dar conciertos y a saborear el éxito y el cariño del público. Fuera por su juventud o por sus circunstancias personales, lo cierto es que Niccolo comenzó a llevar una vida desordenada y regada en el alcohol que parecía que podría interponerse en su genial trayectoria y evolución musical. Y ocurre algo determinante que enlazará un cambio de vida con un nuevo instrumento. Efectivamente, una dama cuya identidad no superó el paso del tiempo, lo acoge en su villa, lo aleja de sus malas costumbres y pone las condiciones para su aprendizaje en nuevos instrumentos: aparece, ya sí, la guitarra y también el piano, éste de forma más puntual. Extraordinarias condiciones musicales para trabajar en cuerda frotada, cuerda pulsada y teclado, y es que su capacidad interpretativa era simplemente espectacular. Y si hablamos de componer, Paganini es capaz de preparar 20 composiciones en apenas un año en las que hace cantar a la guitarra y la ensambla con otros instrumentos. Estamos en 1801 y Niccolo aún no ha cumplido los veinte años. Su categoría profesional llama la atención de la mismísima hermana de Napoleón, Maria Anna Elisa Bacciocchi, Princesa de Lucca y Piombino, siendo el director musical de su corte durante ocho años (1805-1813).

Tras esta experiencia sedentaria, Niccolo comienza a dar conciertos por buena parte de Europa. En París conoce a otro extraordinario músico, el pianista y compositor húngaro Franz Liszt, que queda deslumbrado por la virtuosa técnica de Paganini y llega incluso a desarrollar una obra para piano inspirada en la interpretación al violín de Niccolo.

La composición para guitarra de Paganini supera las doscientas obras, lo que pone de manifiesto que su relación con nuestro instrumento no fue desde luego residual. Como antes avanzamos, hay que destacar que desde la tierna infancia ya tocaba la mandolina -instrumento de cuerda pulsada, normalmente tocado con púa-, bastante cercano en muchos aspectos a la guitarra, si bien su dedicación por ella se produce en su juventud y, al parecer, tuvo culpa de ello esa vida un tanto desordenada y atrevida en la que llegó a perder su violín en una apuesta, lo que decantó la balanza a favor de la guitarra.

Entre sus obras destacan: sus 37 “Sonatas para Violín y Guitarra”, en una primera etapa juvenil, mientras en su madurez hay que destacar los “Ghiribizzi”, una serie de 43 miniaturas compuestas durante su estancia en Nápoles. No obstante, son también importantes sus composiciones de cámara, y, en concreto, los cuartetos para violín, viola, violonchelo y guitarra, lo que pone de manifiesto el valor que Paganini daba al viejo instrumento español de seis cuerdas para el que componía junto con los tres instrumentos de cuerda frotada (reyes de la música de cámara).

Otro aspecto a destacar es que buena parte de sus composiciones se diseñaban desde el armazón de la guitarra, ya que Paganini apenas tocaba el piano, y nuestro instrumento dispone de unas posibilidades armónicas más completas que los instrumentos de arco (de cuatro cuerdas en los que sólo se pueden tocar generalmente dos notas a la vez).

Llegados a este punto recuerdo haber realizado una prueba de acceso al grado superior de Música de Cámara, al año siguiente de finalizar el grado profesional de Guitarra Clásica, allá por 1998, en la que me preguntó un miembro del tribunal, tras mi examen, si conocía o tenía partituras de música de cámara para cuatro o cinco instrumentos entre los que se incluyera la guitarra; y, es que en el grado medio de cámara se interpretan duetos (violín y guitarra) y tríos (violín, viola y guitarra), pero en los cursos superiores aumentan los componentes instrumentales. No recuerdo qué respuesta di al Presidente del Tribunal, seguramente le sugerí el nombre de Luigi Boccherini y sus quintetos de guitarra pero lo cierto es que desconocía totalmente el material tan interesante que había compuesto Niccolo Paganini.

Y fue precisamente a través de la Música de Cámara como acabé sintonizando con Paganini. No sé exactamente como llegó su “Sonara Concertata” a mi poder pero fue todo un descubrimiento. La obra se titula: “Sonata Concertata für Gitarre und Violine” de la Editorial alemana Zimmermann-Frankfurt, edición de 1955. Y la obra es preciosa, resulta muy agradecida de interpretar y tiene una dificultad media. Está estructurada en tres movimientos: el primero, un “Allegro spiritoso” en La Mayor, en compás binario de subdivisión binaria (4/4), modulando a La Menor en el segundo, pasando a un compás ternario de subdivisión binaria (3/4), desplegado en un “Adagio assai espressivo”, para regresar al tono matriz de La Mayor en el tercero con un Rondó en tempo de “Alegretto con brio”, de compás binario y subdivisión ternaria (6/8). Curiosa modulación del tono mayor al menor de La, -que igualmente se produce dentro del primer movimiento-, tonos más alejados de lo que pueda parecer pese a compartir la nota base, con tres diferencias (3 # el tono mayor y sin alteraciones el menor). Su estructura rítmica resulta bastante acorde al compás correspondiente, salvo en la parte final del primer movimiento en el que se encadenan una serie de tresillos que parecen convertir el 4/4 troncal en un 12/8, si bien se trata de algo episódico que rompe una cadencia “ad libitum” (a voluntad) para regresar al dibujo rítmico matriz. Resulta muy apropiado el estudio de esta obra porque propone de unos melódicos a lo largo de todo el diapasón y ayuda a familiarizarse con la lectura y localización de las notas más agudas, además de contar con abundantes alteraciones accidentales, notas de adorno (ligaduras, apoyaturas y trinos) y una relativa complejidad rítmica que acontece, afortunadamente, en el tiempo más lento del adagio. Tocar esta obra de cámara resulta un auténtico placer aunque sea sólo con la guitarra, pero, no cabe duda de que, al igual que cuando tratamos la figura de otros compositores de cámara como Scheidler o Francesco de Salvo, lo verdaderamente emocionante es tocar estas obras en compañía de los restantes instrumentos para los que resultó creada la obra, máxime porque hay pasajes cuyos matices o silencios sólo pueden completarse con los dibujos de los instrumentos complementarios. Pero, aunque no tenga un violinista en mi casa cada tarde que me apetezca tocar la Sonata Concertata de Paganini no dejaré de tocarla y de disfrutar de su música. Incluso en ocasiones, es necesario hojear la partitura tranquilamente, dejando el instrumento en su soporte, y sentir dentro de un@ cómo suena la composición, proyectando sus matices expresivos y sus anotaciones a pie de pentagrama (dolce, morendo, atempo…).

Resulta extraño que habiendo escrito Niccolo Paganini más de doscientas obras para guitarra no hayan figurado en los programas de estudio de los Conservatorios. En mi caso, no tuve ni una sola de sus obras en todos los años de carrera (y eso que además de las sonatas y los Ghiribizzi tiene una treintena de composiciones diversas, incluida alguna sonatina; diversidad y grados de dificultad para todos los niveles). Y sólo lo descubrí a través de la Música de Cámara. Pero hay que decir que esto no es del todo extraño, ya que su notable obra guitarrística ha quedado un poco oscurecida por la extraordinaria relevancia de su carrera como violinista, al punto, que hasta 1925, 85 años después de su muerte, no se editaron por vez primera algunas de sus sonatas para guitarra y ni siquiera en su totalidad; hubo que esperar cincuenta años más a que el Estado Italiano adquiriera sus partituras, bajo la custodia de la Biblioteca Casanatense de Roma, y realizase, ahora sí, una edición completa de sus obras para guitarra. Y, en concreto, sus sonatas han sido su aportación más relevante para este instrumento desde el punto de vista técnico por su progresivo nivel de virtuosismo. Sin embargo, su importante labor compositiva en esta especialidad, que resulta indiscutible, como prueban las partituras que han llegado hasta nuestros días, no encuentra una proyección probatoria en su condición de concertista, ya que las crónicas de la época no acreditan que diese conciertos como guitarrista. Habrá que seguir investigando, por parte de musicólogos y guitarristas especializados en el Romanticismo musical, no sólo en esa línea, para llegar a determinar certezas o probabilidades, puesto que hablamos de una época relativamente reciente con múltiples vestigios periodísticos y documentales, pero también en la búsqueda de nuevas composiciones, de nuevas partituras. Si durante casi cien años después de su muerte sus composiciones para guitarra no llegaron a editarse ni de forma parcial, ¿quién sabe si no se descubrirá alguna composición abandonada en algún cajón de un mueble antiguo de un edificio decimonónico? Resulta más que justificada esta búsqueda porque hoy el gran Niccolo ya no puede seguir creando hermosas obras pero de nosotros depende rescatar, editar y conservar su legado, y transmitir lo mucho que ha aportado a la guitarra romántica y a la propia Música de Cámara. Niccolo perdió su violín en una apuesta y tuvo que centrarse -al menos temporalmente- en la guitarra, sí, pero yo apostaría la mía, (una Ramírez de 1996), a que componiendo obras tan bellas como la Sonata Concertata, y siendo un virtuoso capaz de interpretar al violín obras en una sola cuerda y continuar tocando a dos o tres voces, haciendo sentir a sus afortunad@s espectadores que sonaban varios violines a la vez, que seguramente en alguna ciudad, en alguna villa, en algún palacio, en alguna iglesia, en alguna taberna, tocó un concierto para guitarra que dejó boquiabiertos a los privilegiados que pudieron presenciarlo, máxime porque a su virtuosismo musical se sumaba una improvisación natural propia de un genio del siglo XIX.