La última biografía, antes de saborear las vacaciones de agosto, se va a referir al guitarrista clásico español Narciso Yepes, uno de los más grandes intérpretes de nuestro instrumento que ha dado España, cuna de la guitarra, que ha tenido la suerte de contar con geniales especialistas.

Narciso nace en la localidad de Lorca en 1927 y fallece en Murcia en 1997, apenas unos meses antes de cumplir los 70 años, tiempo siempre corto, claro está, pero lo suficientemente fructífero para transmitir por los cinco continentes un estilo caracterizado por la perfección técnica de las obras seleccionadas en su repertorio, destacando la brillantez con la que supo destacar sus melodías en una presentación que no pierde en ningún momento su simbiosis con el acompañamiento; lo que puede hacer el gran Yepes en un instrumento tan armónico y completo como es la guitarra y, en mayor medida, como veremos y ya anunciamos en el título, con su aportación de la guitarra de diez cuerdas.

Ya hemos tratado casos de precocidad musical pero seguramente ninguno como el de Narciso. Con 4 años su padre le regaló una guitarra, (estoy convencido de que algun@s niños con menos inquietudes musicales jugarían al beisbol con ella…), comenzando a dar clases apenas dos años después. Sus estudios se tornaron más serios al trasladarse a Valencia con 13 años, donde comenzó sus estudios musicales en el Conservatorio de esta ciudad. Al cumplir 16 años un profesor resulta decisivo en su evolución artística y, curiosamente, no era un Maestro de guitarra sino un pianista y compositor: Vicente Asensio. Y ya que antes poníamos en valor las posibilidades armónicas y compositivas de la guitarra, qué vamos a decir del piano, que es el instrumento más completo y que permite por sus características sonoras explorar melodías y acompañamientos al unísono, con la facilidad de la sencilla obtención del sonido pero, por contra, la dificultad de la lectura a dos manos y a dos claves (clave de Fa para la mano izquierda y clave de Sol, la que utilizamos con la guitarra, para la derecha); en definitiva, una orquesta en las manos.

La influencia de Asensio en el desarrollo del estilo de Yepes es tangible, cuyos conocimientos y técnica avanzan en progresión geométrica, teniendo la oportunidad de continuar su formación en París. Narciso aún no ha cumplido los 20 años y ya está etiquetado como uno de los más prometedores intérpretes de la guitarra española. Un gran espaldarazo a su esfuerzo formativo resultó la invitación de la Orquesta Nacional de Madrid en 1947, “a los mandos” del director Ataúlfo Argenta, que, nada menos, le ofrece ser solista. No cabe duda de que el talento de Narciso era extraordinario puesto que la condición de solista en una orquesta de la capital de España en un instrumento como la guitarra resulta excepcional, ya que ninguna sinfónica o filarmónica lo tiene en plantilla salvo para la interpretación puntual de repertorio escrito para guitarra y orquesta (aclaro que una orquesta sinfónica y una filarmónica musicalmente son idénticas y su única diferencia viene dada en que algunas orquestas filarmónicas fueron creadas por asociaciones de amantes de la música pero todas ellas son sinfónicas en el sentido musical del término, y que se caracterizan por estar formadas por decenas de músicos -cerca de cien- que tocan instrumentos de cuerda, de madera, de metal y de percusión). Y ahí es nada, el primer éxito interpretativo del gran Yepes viene de la mano de la obra universalmente conocida del Maestro Rodrigo: “El Concierto de Aranjuez”, obra ésta que resulta tan íntimamente asociada a la guitarra clásica en el imaginario popular como “Money For Nothing” de los Dire Straits a la guitarra eléctrica.

Apenas un año después, en 1948, realiza su primera gira europea, regresando al punto de partida de su bautismo concertino en la ciudad de París. Su figura ya era reconocida por público y crítica pero el salto a la fama llega con la banda sonora de la película de René Clement titulada “Jeux interdits” (Juegos prohibidos), -que escucho a la vez que escribo-, y que recuerdo haber visto interpretar parcialmente, su primer movimiento, a una chica, amiga de una amiga, en uno de los largos veranos de juventud en mi pueblo (Salas, Asturias). Curiosamente, lo único que recuerdo es la belleza de la composición y su melodía, poco del nombre y nada de su autor… ¿o sí? Lo que yo recuerdo es que esa pieza podría llamarse “El Romance Anónimo” y así lo consideré, y que, por tanto, no tenía autor conocido, pero cosas del tiempo y de una mejor formación, hoy lo asocio a Narciso Yepes; hora era de que esa hermosa melodía guardada en un rincón de mi memoria musical pueda ser agradecida a su posible autor y a su mejor intérprete. Pero esta historia resulta anecdótica cuando descubrimos la troncal. Según algunos estudiosos, y con toda la prudencia que demanda el tema, el Romance Anónimo habría sido compuesto por Yepes a los 6 años (no falta el número de la decena), se lo dedicó a su madre y no lo registró nunca en la Sociedad de Autores. De hecho en la propia banda sonora reseñada figura como intérprete y adaptador musical de la que, al parecer, era su propia obra. Pues con esta ambigüedad se deslizó el propio Yepes que en sus entrevistas se remitía a la naturaleza del título. Resulta sorprendente que si la obra fue suya, -como parece aceptarse en la actualidad por mucha gente y así mantiene su viuda e hijo-, no lo haya confirmado en vida y haya perdido exponenciales ingresos por la difusión de una obra interpretada en todo el mundo. Pero la cosa no queda aquí, varios intérpretes se atribuyen la pieza o son considerados también por otros estudiosos como autores: Daniel Fortea (1882-1953), inspirándose en un manuscrito del siglo XIX, en cuya biblioteca se atribuye incluso al gran Fernando Sor (1778-1839), -sobre cuya figura ya tratamos aquí-, Antonio Rubira (que aparecía como responsable en 1900 de la primera edición del Romance), o el propio Vicente Gómez (1911-2001) que se consideraba autor de la pieza, que incluyó en la primera versión sonora de la película “Sangre y Arena”, de 1941 -anterior a “Juegos Prohibidos-, habiendo editado un año antes la partitura con el título “Romance de amor”. Sin duda es un tema bien interesante para realizar una tesis doctoral y descubrir de una vez por todas quién es el autor del “Romance Anónimo”, o, al menos, exponer una teoría consistente sobre su creación; lo cierto es que no nos consta que Narciso directamente se lo atribuyese. En fin, contemplamos un misterio casi tan interesante como bella es la obra.

Yepes continuó componiendo música para películas posteriormente a esta primera experiencia como el film francés titulado “La muchacha de los ojos de oro”, en 1961, de Jean-Gabriel Albicocco. Las giras de Yepes a mediados de los años 50 ya eran intercontinentales alcanzando el éxito con públicos tan heterogéneos y nada próximos a nuestra herencia musical como el asiático, además del norteamericano y el de América latina.

La gran contribución al desarrollo técnico del instrumento, tras una investigación constante y profunda de sus posibilidades, llega con su guitarra de diez cuerdas, diseñada por él mismo y que encargó al constructor José Ramírez III. La saga Ramírez viene construyendo guitarras durante cinco generaciones desde 1882: José Ramírez, José Ramírez II, el citado José Ramírez III, José IV y Amalia Ramírez, trasladándose su tienda original de la Calle Concepción Jerónima 2 a la Calle La Paz 8 de Madrid en 1995 (precisamente un año después, adquirí en esta tienda mi guitarra clásica de estudio Ramírez, “dentro del reinado” de José IV).

La guitarra de diez cuerdas puede mostrar un abanico de matices gracias a una sonoridad fuelle como fondo que hasta hace poco sólo era posible con el laúd. Su finalidad técnica es conseguir una mayor ecualización y balance en los grupos de sonidos, tratando de neutralizar el desequilibrio sonoro que suponía la ausencia de armónicos naturales en la guitarra de seis cuerdas; por lo que la genial carrera interpretativa de Narciso y su capacidad compositiva, (ha grabado numerosos discos, mayormente con el sello Deutsche Grammophon), no debe oscurecer su esfuerzo investigador en potenciar las posibilidades de nuestro querido instrumento, lo que afortunadamente se reconoce con justicia, además de una intensa y fructífera actividad docente. Y llegado a este punto hay que decir que al ingente repertorio de Narciso hay que añadir multitud de transcripciones de músicas de todas las épocas, que son referente y estímulo para estudiantes de guitarra de todo el mundo.

Quiero terminar comentando la foto de cabecera que he seleccionado y que normalmente integro en el blog tras revisar la escritura, por lo que nunca hago mención a la foto. No será así en esta ocasión. Podemos ver a un Narciso Yepes preadolescente, con 13 años, cuya posición de sus manos con la guitarra resulta conmovedora por su perfección. Mano izquierda abierta sin rastro alguno del pulgar que pinza el mástil, a buen seguro colocado en su parte inferior para poder extender los dedos y pulsar las notas más recónditas y difíciles que exigen una apertura digital total, y la mano derecha perfectamente situada y los dedos juntos y alineados para pulsar las cuerdas individualmente pero con toda la fuerza de una mano coordinada y firme, impulsando su energía desde las falanges proximales. ¡Cuántas veces hemos sido corregidos los guitarristas clásicos por tantos vicios posturales!, máxime los que venimos del mundo de la guitarra eléctrica-, y ¡qué gran estampa ésta, la de este niño de 13 años tocando, para exponer y enseñar! Técnica, claro está, pero también talento que han permitido a Narciso convertirse en el guitarrista clásico más importante del siglo XX junto con Andrés Segovia, sobre el que escribiremos otro día. Un romance anónimo -o no tanto-, una gran colección de interpretaciones y composiciones, que han elevado de manera exponencial a la guitarra española en la jerarquía musical, que han contribuido a popularizarla en todo el mundo, a potenciar nuevos talentos musicales que desarrollarán sus dones con las seis cuerdas, a asociar toda esta riqueza de proyección universal a la herencia de los instrumentos de cuerda de nuestro país, maridados con una labor docente generosa y activa, junto con una constante y persistente investigación sonora, colocan a Narciso Yepes en una posición de Sol de nuestra galaxia artística.