Esta tarde voy a romper la tendencia de hablar sobre guitarristas clásicos para aproximarme a la figura del multi-instrumentista y gran compositor Mike Oldfield, que marcó buena parte de la generación de los años ochenta y, especialmente, a todos aquellos que nos interesamos por la música.

Oldfield nació en la localidad inglesa de Reading en el año 1951. La guitarra fue el instrumento que llamó su atención desde niño, y, en concreto, en sus entrevistas menciona dos momentos de interés: por una parte, cada Nochebuena su padre tocaba la única canción que sabía interpretar (“Danny Boy”), con una guitarra adquirida en Egipto cuando combatía en la Royal Air Force durante la Segunda Guerra Mundial; y, por otra, Mike pudo ver por la televisión, cuando apenas tenía 7 años, al virtuoso guitarrista Bert Weedon, lo que motivó que convenciera a su padre para que le comprara su primera guitarra. Con apenas 10 años comenzó a componer piezas para guitarra acústica, dedicándole cada vez más tiempo, quizás como vía de escape de una situación familiar que le hacía infeliz. Pronto comenzó a tocar en clubes sus propias composiciones en las que aunaba virtuosismo y gran originalidad, al punto que llegaba a desafinar a propósito las cuerdas para doblarlas sobre el mástil y ejecutar sonidos diversos con total libertad, probando también a interpretar música eléctrica en un grupo amateur que versionaba a los Shadows.

Con apenas 14 años deja la escuela y forma un grupo con su hermana Sally denominado “Sallyangie”, dúo folk de voz y guitarra que, como buena parte de las cosas de la adolescencia, tuvo un recorrido corto, de apenas dos años, en los que, sin embargo, lograron editar dos trabajos. Seguidamente integra el grupo “Barefoot” con su hermano Terry, explorando los sonidos del rock, y poco tiempo después se convierte en el bajista de la banda “The Whole World”, para acabar siendo finalmente el guitarrista solista de esta formación antes de disolverse en 1971. El paso por esta banda facilitó a Mike entrar en contacto con la orquesta de jazz “Centipede”, de muchos componentes y variedades instrumentales, que le cautivó al punto de comenzar a tocar diferentes instrumentos, interpretaciones multi-instrumentales que serían rasgo característico de sus composiciones en solitario.

Entre 1971 y 1973 trabaja en solitario con una ambiciosa idea en su cabeza: componer una sinfonía integrada también por instrumentos modernos y eléctricos, grabando sus interpretaciones en algunos tan dispares como el xilófono, el piano o la guitarra. Como colaboraba aún con Kevin Ayers (“The Whole World”), en unas grabaciones realizadas nada más y nada menos que en los estudios de Abbey Road en Londres, tuvo la oportunidad de conocer a los Beatles, no tardando mucho en descubrir que los estudios estaban repletos de instrumentos con los que “jugar”, algunos de ellos del mítico grupo de Liverpool. Dicho y hecho, llegaba con suficiente antelación a los Beatles para poder tocar y experimentar tantas tentaciones musicales que se le ponían a su disposición, lo que le permitió incorporar nuevos sonidos y texturas a su revolucionario proyecto. Sin embargo, el resultado de su arduo trabajo no fue del gusto de las discográficas, que lo consideraban ajeno a los estándares comerciales de la época y no querían apostar por un producto que catalogaban de imposible venta. Afortunadamente, gracias a que tocaba el bajo en un grupo comandado por el cantante de soul Arthur Lewis y que iba a grabar un trabajo en el estudio recién inaugurado “The Manor”, tuvo la ocasión de disponer del equipo técnico allí instalado, inicialmente durante una semana, en el que pudo grabar la mitad del trabajo que pronto sería conocido como “The Tubular Bells”, y el resto fue completado en sesiones sueltas durante los siguientes meses. En esta grabación Mike Oldfiel tocó más de 20 instrumentos, ejecutando la práctica totalidad de la música de esta obra que, como no acababa de comercializarse sin desvirtuar la idea inicial (un productor americano sugería ponerle letra), fue decisivo que dos personas, Branson y Draper, apostaran por editar ellos mismos el álbum en su nueva discográfica Virgin Records en 1973, trabajo de estudio cuyo éxito resultó espectacular, llegando a ganar un Grammy en 1975.

Después seguirían: Hergest Ridge, Ommadown, Incantations, Platinum, Exposed, QE2, Five Miles Out, Crisis, Discovery o The Killing fields.

Mi contacto con la música de Oldfield se debe en buena medida al álbum de éxitos de 1985, que incluía toda su trayectoria en Virgin Records denominado “The Complete”: allí descubrí piezas instrumentales tan bonitas como “Arrival”, una de las composiciones que aprendí a puntear en mis inicios como guitarrista y que todos reconocían al instante, el gran éxito de”Moonlight Shadow”, “To France”, “Five Miles out”, “Guilty”, “Shadows on the world”, “Family man”…; en fin, estupendas obras cantadas por voces femeninas tan destacadas como Maggy Reilly, que sonaban durante los cinco años anteriores en las listas de éxitos de la radio.

A partir de mediados de los ochenta y, en concreto, desde el álbum “Islands”, y pese a que su tema principal era grandioso y estaba cantado por Bonnie Tyler, su música ya no me interesó tanto, en parte, porque me parecía insuperable todo aquel elenco de canciones que había escuchado en el lustro anterior, aunque seguramente mi desinterés progresivo se debió más a mi evolución y transformación personal que por demérito de su nueva música, editando en estos últimos 30 años otros 16 discos -más de la mitad de su obra-, siendo el último hasta la fecha el editado en 2017 “Return to Ommadawn”.

Las composiciones de Oldfield, desde mi punto de vista, resultan nostálgicas, incluso tristes, a veces inquietantes, y seguramente ponen de manifiesto las vivencias y sensaciones personales del autor que, según sus propias palabras, no tuvo la estabilidad familiar que le diera una infancia feliz.

Pero si analizamos su extensa y completa obra, en tantos géneros musicales y tantos colores instrumentales, no se puede sino concluir que se trata de un auténtico genio de la música del siglo XX, llegando a la cima por empeño personal y gran esfuerzo, además de una férrea seguridad en su proyecto musical que contrasta con la fragilidad e introversión que transmiten sus composiciones.

Finalmente, si exponemos su trabajo como guitarrista, nos encontramos ante uno de los grandes intérpretes de este instrumento: toca tanto con los dedos como con púa y los solos de sus guitarras eléctricas distorsionadas, -en ocasiones dobladas en grabaciones-, resultan de una ejecución magistral por su precisión, elegancia y extraordinario gusto, con gran habilidad en su manejo por los trastes más agudos para obtener un sonido que sólo los grandes elegidos pueden obtener. La guitarra le sedujo de niño y él, a cambio, ha regalado a este maravilloso instrumento una sensacional tormenta de sonidos, colores, ecos y matices desconocidos hasta los años setenta del siglo XX, siendo un auténtico innovador en la evolución y perfeccionamiento de la guitarra moderna.