Pues sí, hoy voy a hablar de un guitarrista y compositor extraordinario, sobradamente conocido en la gran familia de la guitarra universal, contemporáneo y afortunadamente vivo, a diferencia de los autores y guitarristas a los que me he referido en el blog con anterioridad. Brouwer nació en La Habana (Cuba) en 1939, realizando una carrera exitosa en el mundo de la música como compositor, guitarrista y director de orquesta.

Mi contacto con su música fue temprano, ya que sus estudios II y III, publicados en la colección “Etudes Simples”, (Editions Max Escrig, de 1972), formaban parte del programa de guitarra de grado elemental ya en su primer curso.

Mi recuerdo de estas dos partituras era la de un tipo de música que me sonaba rara y disonante, muy alejada de los cánones clásicos y de sus intervalos tan agradables a primera escucha. Y eso que yo partía con ventaja, puesto que al iniciar mis estudios de guitarra en edad adulta (18 años), tras un aprendizaje previo de guitarra moderna, no me resultaban seguramente tan revolucionarios sus acordes, dinámicas rítmicas, escalas o incluso efectos (como golpes en la madera), si bien su música era desde luego vanguardista. Con el paso de los años, deslizándome en mayor medida por partituras contemporáneas, he aprendido a educar el oído para apreciar todo lo mucho que aporta en técnica y expresión la obra de Brouwer.

Abundando en esos dos estudios simples, el número II es un coral lento, que -al igual que en muchos de sus estudios y obras- carece de alteraciones de armadura para desplegarlas accidentalmente y sin fácil conexión armónica a lo largo de la partitura. Por su parte el estudio III es un compás binario de subdivisión ternaria (12/8), y el tempo elegido dista de los parámetros clásicos consignando simplemente: “Rápido”, y ciertamente la ejecución programada en el tempo permite escuchar las disonancias de sus arpegios de forma más dinámica, pasando seguidamente por las mismas notas alteradas o no, cromatismo inquietante envuelto en una rítmica ternaria estable. Ambos estudios, el II y el III, tienen pese a su corta duración, matices y reguladores de volumen más propios de la escritura musical de obras que de estudios.

Posteriormente, ya en grado medio, el preludio de Léo Brouwer, fue obra obligada del curso de 4º de Guitarra Clásica de mi promoción, allegro rítmico en compás de 6/8 pero con tantos dosillos que en determinadas secuencias de la obra parece más un compás de subdivisión binaria, escalas arpegiadas combinadas con acordes inacabados o semicadentes, como el acorde final de Do, previo golpe a la madera, doblando la tónica y la dominante al unísono de la supertónica (Re). Es una obra más difícil de lo que su escritura y cambios en la mano izquierda sugiere, ya que la complicación estriba en ejecutarla a buena velocidad (tal y como la diseñó Brouwer), con cambios limpios y seguros que permitan secuenciar con sentido y contundencia el ensamble de sus frases, además de conjugar la presencia puntual de armónicos.

No obstante, si tengo que quedarme con una obra de guitarra de este magnífico músico dentro del material que conozco, es, sin duda, el Estudio VI, que recuerdo interpreté en el examen de 2º de guitarra, y que representa un estupendo ejercicio de la mano derecha para el guitarrista inicial, no sólo por la utilización muy continuada de pulgar, índice, medio y por supuesto anular, sino también porque la estructura rítmica estable de la obra permite algo muy interesante en un instrumento de madera como es buscar el efecto de desplazar la mano derecha “a babor o estribor”, hacia el mástil o hacia el puente, consiguiendo variar el sonido en volumen y timbre, más brillante cerca del puente y más opaco cerca del mástil. Este estudio -a diferencia del II y III- no tenía en la partitura que manejé ningún matiz de expresión, y por ello al revisarla constato una buena escolta de reguladores y matices escritos a mano por mi profesora, Soledad, muy atinadamente distribuidos, que me hace recordarla con cariño y admiración. Por obras como ésta merece la pena estudiar guitarra; son muchas las veces que uno interpreta este estudio VI, ya de memoria, jugando con el tempo o arriesgándose a pulsar con trémolo sus arpegios.

Leo Brouwer comenzó a tocar la guitarra a los 13 años, atraído por el flamenco, dando sus primeros conciertos a los 17, momento en el que tenía obras compuestas de singular relevancia (como el Preludio de 1956 y la Fuga de 1959), completando su formación en Estados Unidos, en la Universidad de Hartford (Connecticut), donde estudió composición.

Sus estudios simples, compuestos en su juventud, son muy valorados, no sólo por el aprendizaje de la técnica de guitarra, sino también por su musicalidad. Posteriormente, ya en los años setenta, sus obras evolucionan hacia el serialismo y dodecafonismo, deslizándose en el mundo del minimalismo ya en su etapa más actual.

Como curiosidad Brouwer es también arreglista para otros compositores y, en concreto, ha participado en la canción de los Beatles “Fool on the hill”, habiendo compuesto gran cantidad de piezas para guitarra, conciertos y música integrada en más de 40 bandas sonoras de cine.

Leyenda bien justificada y suerte de contar con él. Ojalá que sea por muchos años y que aún nos regale alguna composición nueva que pueda “enganchar” a la guitarra a nuevos estudiantes actuales y a los que estén por llegar.