Tal y como se anunció en la biografía de Scheidler, unas semanas atrás, hoy toca reincidir en la Música de Cámara y, en concreto, hablar del músico romántico Francesco De Salvo. A diferencia del primero, este compositor es una auténtica incógnita en sus datos biográficos. Sabemos únicamente que su vida se desarrolló desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XIX, enmarcando su trayectoria musical en el Romanticismo. Los pocos datos de su trayectoria artística de los que disponemos derivan de un puñado de obras publicadas por Giovanni Ricordi, (editor italiano nacido en Milán en 1785 y fallecido en la misma ciudad en 1853), correspondientes a la primera década del siglo XIX: dos sonatas, doce monferrine (obras solistas) para guitarra y, por supuesto, el Trío de Cámara para Violín, Viola y Guitarra, en el que aparecen indicaciones de un buen conocimiento de la cuerda pulsada (guitarra) y frotada (violín y viola), con la curiosidad de que todas sus obras carecen de número de opus (numeración cronológica).

Tendremos que agradecer al indicado editor que publicase los trabajos de Francesco De Salvo, pues gracias a él fundamentalmente, doscientos años después podemos interpretar su música, y esta oscuridad sobre la biografía de un compositor capaz de construir una obra tan bella como el trío sobre el que voy a centrar estas líneas, me hace pensar cuántos trabajos dignos de estudio, cuántos compositores talentosos habrán desaparecido del recuerdo musical o incluso, cuántos autores habrán podido apropiarse de partituras ajenas.

En fin, volviendo a lo sustancial, mi contacto con la música de De Salvo se produce en los años 1996 y 1997 dentro de los dos cursos de Música de Cámara que cursé en mi carrera musical. La edición que manejé del trío se titulaba “Trio pour Violon, Alto et Guitare”, de 1986, reimpresión completa de la edición original de Ricordi de 1811/12, de Tecla Editions. Se acompaña la carátula de la edición primera de Milán en la que se dedica la obra a Monsieur Lagorsse, Capitán de la Gendarmería. Curiosamente como nombre de nuestro autor no figura Francesco sino el de “FranÇois”, pero su nombre en francés asociado al apellido “De Salvo” tampoco arroja información adicional sobre este músico.

El prefacio del libro está escrito por el Musicólogo británico, Brian Jeffery, graduado en Oxford y doctorado en St. Andrews, director de Tecla Editions, en el que confirma el desconocimiento de la vida y casi obra -salvo las contados trabajos indicados- de este compositor, Francesco De Salvo, además de dar una serie de indicaciones técnicas sobre la forma de ejecutar determinados pasajes de cada uno de los tres instrumentos participantes en el trío, señalando incluso alguna posible corrección en las notas accidentales de la partitura original.

He querido antes de redactar estos párrafos rescatar la partitura e interpretar mi parte (la de guitarra) para analizar con mayor rigor esta obra. Y ciertamente “rescatar” es un verbo apropiado puesto que esta partitura estaba en mi trastero olvidada aunque, eso sí, fácilmente recuperable. Estoy seguro de que a partir de hoy “ha ganado su libertad” y un lugar en la modesta biblioteca musical de mi casa. Aunque tengo que decir que sólo sobrevivió la parte correspondiente a mi instrumento y a la del violín… ¿Dónde estarán las partituras de viola…?

La primera peculiaridad de este trío es la utilización de una cejilla o capodastro en el tercer traste de la guitarra, que consiste en un accesorio que se coloca en el mástil de una guitarra presionando todas la cuerdas a imitación del dedo índice de la mano izquierda, que de esta forma queda libre para trabajar con él mientras la cejilla mantiene todas las cuerdas pulsadas acortando el mástil, (en mayor o menor medida, en función de donde se coloque), con el efecto musical de elevación del tono.

La obra está estructurada en dos movimientos. El primero es un moderato en compás de compasillo o 4/4, compás y subdivisión binarios, con 180 compases. La tonalidad es Sol Mayor, si bien son comunes las alteraciones accidentales como el Do #, el Sol # o el Si b para modular por momentos a tonos cercanos como Re Mayor, La Menor o Fa Mayor. La rítmica es sencilla y previsible, con apenas un par de apoyaturas breves al final del movimiento, y puntuales cambios a grupos ternarios, facilitando su lectura, a lo que contribuye también el tempo moderato del movimiento (en torno a 80 negras por minuto); por lo que, si las matemáticas no me fallan su duración aproximada sería de casi nueve minutos.

El segundo movimiento es un Rondó en compás binario de 2/4 e idéntica subdivisión, con 158 compases a los que se añaden 48 de repetición, en idéntica tonalidad de Sol Mayor y presentando alteraciones a tonos hermanos (entendiendo por tales aquellos que tienen un sostenido o un bemol más o uno menos que el tono matriz), con las mismas características rítmicas que el primer movimiento, aunque con la incógnita de la graduación del tempo. Y es que, como alguna vez ya hablamos, hay rondós tanto rápidos como lentos y, en ausencia de indicación, yo me inclino por “darle marcha” resolviendo la obra con la fluidez característica de un último tempo de una sonata, a lo que contribuye que la modalidad sea mayor -optimista- y para diferenciar de esta forma la dinamica de ambos movimientos. Pongamos por ejemplo un tempo de alegretto (a 100 negras el minuto) lo que representaría una duración del movimiento -incluidas las repeticiones- de unos cuatro minutos. (Hay que tener en cuenta que los compases aquí tienen dos partes y no las cuatro que tenía el primer movimiento, lo que explica que con un número similar de compases el movimiento inicial dure casi el doble que el rondó).

Ya expuse en mi biografía sobre Scheidler el gran descubrimiento y placer que supuso para mí interpretar música de guitarra clásica en dúo con un violín. Pues con Francesco De Salvo tuve la oportunidad de interpretar un trío añadiendo al violín un instrumento interesante como es la viola (seguramente de haber estudiado un instrumento de arco me hubiera decidido por la viola, con un sonido profundo y delicado, más grave que el de un violín). Y la sensación de formar parte de la puesta en escena de un trabajo de tanta calidad como éste resultó impagable. Y es que tuve unos acompañantes de lujo: Héctor Corpus, violín principal segundo, y Francesc Gaya, viola coprincipal, de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), tándem de élite con el que disfrutar la música desde dentro, analizando la partitura sin tocarla y exponiéndola seguidamente con una mixtura de técnica y sentimiento. Un año después tuve la oportunidad de ensayar y tocar esta obra en una prueba de acceso al grado superior de Música de Cámara en el Conservatorio de Oviedo Eduardo Martínez Torner, junto con otros dos grandes intérpretes de la OSPA: Fernando Zorita al violín y Adrián Pucci a la viola, además de haber ensayado también con otra violinista segunda destacada de esta orquesta: María Rodríguez Flores. Otro privilegio que la música de Francesco De Salvo ha hecho posible. Profesores todos ellos que se comportaron con la humildad impagable de quien comparte conocimientos y proyectos, y que dejaron su impronta en algún matiz, ritardando o aspecto expresivo que, de alguna forma, hicieron personal nuestra interpretación.

Desde esa segunda parte de la década de los noventa tuve claro que no encontraría mayor sentido al sacrificio y estudio de un instrumento como la guitarra clásica sino fuese para exponer ese esfuerzo en equipo dentro de una representación colectiva como es la Música de Cámara; y, en honor a Francesco de Salvo, hay que decir que incluso tocando sólo la parte individual de cada instrumento su sonido es tan hermoso como reconfortante, si bien el resultado colectivo del trío resulta unánimemente exitoso y divulgador de las menores esencias de la música clásica. ¡Menos mal que rescaté esta partitura del desván!