Comenzando el mes de mayo, preludio de calor y bebidas frescas del verano, voy a escribir sobre el guitarrista mexicano de origen y estadounidense de adopcion y proyección, Carlos Santana, nacido en Autlan (Jalisco) el 20 de julio de 1947, por lo que cumplirá setenta y dos años próximamente.

El gusto por la música de nuestro protagonista vino incentivado por su padre, que era violinista del género tradicional Mariachi, quien le empujó a salir de Jalisco a ver mundo y crecer musicalmente con la influencia de estilos y notables intérpretes. El niño Carlos comenzó tocando el violín pero con apenas 8 años decidió probar con las seis cuerdas de la guitarra de la que ya no se separaría nunca más, muy influenciado por el guitarrista de ascendencia mexicana Ritchie Valens, fallecido en 1959 con apenas 17 años en un accidente de avioneta, tras haberse jugado a cara o cruz su pasaje con otro músico de la gira, Tommy Allsup, y es que no había sitio para todos y se trataba de llegar lo antes posible al destino para descansar plácidamente en un hotel; Tommy salvó su vida mientras que Ritchie falleció junto con el piloto y los otros dos ocupantes de la avioneta.

A Carlos le resultó más amable el estudio de la técnica emulando a grandes de la guitarra como B.B. King o John Lee Hooker, con su profesor Javier Bátiz, también mexicano, y que, según pregonaba, con dos horas enseñaba a la gente a tocar como él, seguramente serían bastantes más pero como estímulo inicial no esta mal: “en dos horas tocarás como yo” (y Javier toca bien).

El destino de Carlos Santana con sus apenas 19 años de post adolescencia fue California, en un momento de auténtico reinado del movimiento hippie, estamos en 1968. Su grupo de debut se denominó “Santana Blues Band” en el que con apenas tres palabras vemos la personalidad y carisma del músico que ya introduce en la banda su apellido (más tarde resultará universal) así como el estilo del Blues que integrará buena parte de su repertorio. No fueron inicios fáciles en aquellas grandes urbes de la costa del Pacífico de los Estados Unidos, y la formación no pudo grabar ningún trabajo. No obstante, si queremos “infiltrarnos” una dosis de punteos de Carlos en esa primera etapa, quedaron grabados en un álbum doble, grabado en directo en el mítico local de San Francisco llamado “Fillmore”, titulado “The Live Adventures Of Mike Bloomfield And Al Kooper”, trabajo en el que resultaría decisiva la influencia del promotor y manager Bill Graham; hora de poner en valor a tantos representantes e intermediarios que honestamente trabajan por sus no siempre fáciles representados y que, como en este caso, sirven para dar a conocer a un músico de largo recorrido y de arco geográfico planetario.

Podemos decir, sí, que Santana y su grupo hacían Blues, pero seguramente cualquier espectador neutral de uno de sus conciertos pondría el acento en que la banda fusionaba Rock con lo africano y lo latino, utilizando la música cubana, que puede decirse que bebe de ambas fuentes. Sin haber podido grabar aún ningún disco propio, pero con el aval de buenas actuaciones en directo y la perseverancia de su manager, Bill, consiguieron nada menos que participar en el festival de Woodstock, haciendo una versión brutal de “Soul Sacrifice”, al punto que ocupó lugar destacado en la película que se comercializó del festival. No podía pasar mucho, tras ese baño de popularidad, sin que la banda tuviese por fin la oportunidad de grabar su primer disco, titulado “Santana” en el año 1969. Nuestro músico tiene 22 años y no sólo nomina a la banda con su pegadizo apellido sino también a su álbum debut, lo que pone bien a las claras que su liderazgo resulta indiscutible y es que, como veremos, estamos ante un talento arrollador. En este primer trabajo está la canción compuesta por el británico Peter Green: “Black Magic Woman” -sobre la que luego volveré-, la archiconocida “Oye como va” (de Tito Puente) o “Samba a Ti “, donde Carlos deslumbra con un prodigioso punteo; cualquiera querría ceder una canción a tamaño intérprete, sólo la haría crecer y conquistar públicos tan diversos como su mixtura de estilos.

Acababa de aterrizar en los estudios de grabación y en apenas unos meses iniciaba la década de los setenta como una estrella de la música, eso sí, con los vaivenes de una época hippie en los que las sustancias acompañaban a buena parte de los músicos de su generación, pero, pese a la inestabilidad de su formación, la música ganó la batalla y después la guerra. Curiosamente, tras los devaneos de la primera juventud con la mariguana, Carlos Santana se interesa por el misticismo oriental, trabando amistad con otro grande de la guitarra: John Mclaughlin, siendo influido poderosamente por el gurú Shri Chinmoy, cambiando no sólo su apariencia externa (pelo recortado e indumentaria impoluta) y su conducta, sino incluso bautizándose como “Devadip”.

¿Cómo afectó este giro en su comportamiento, en su vida, a su música? Pues se puede decir que deriva hacia una secuencia jazzística, más minoritaria, teniendo como ejemplo el disco “Caravanserai” (1972), si bien su falta de comercialidad resulta evidente en la comparativa de ventas con su primer trabajo. No obstante, Carlos tiene las ideas claras y no le tiembla el pulso para seguir avanzando por esa senda, publicando después “Illuminations”en compañía de Alice Coltrane.

Toca dar un giro a su reciente trayectoria y volver al gran público, lo que consigue con los trabajos titulados “Welcame” (1973) y Borboletta” (1974), en los que, según los críticos, recupera los parámetros de ritmo y sonido que el gran público demandaba pero, quizás con menos naturalidad que en sus primeros discos.

Además de los trabajos reseñados la discografía de Carlos Santana se completa con los siguientes discos de estudio:

“Abraxas” (1970), “Santana III” (1971), “Amigos” (1976), “Festival” (1977), “Inner Secrets” (1978), “Marathon” (1979), “Zebop” (1981), “Shangó” (1982), “Beyond Appearances” (1985), “Freedom” (1987), “Spirits Dancing in the Flesh” (1990), “Milagro” (1992), “Supernatural” (1999), “Shaman” (2002), “All that I Am” (2005), “Guitar Heaven” (2010), “Shape Shipter” (2012), Corazón (2014), y “Santana IV” (2016).

La canción que más me gusta oírle interpretar es “Black Magic Woman”, que pese a ser composición de Peter Green, nadie mejor que Santana la ha difundido por todo el mundo. Descubrí la canción de la mano de mi compañero de grupo y también guitarrista, José Ramón Paredes, y la tocamos en nuestros ensayos en muchas ocasiones, generalmente al final, encargándose José Ramón de la voz y de los solos y yo de la guitarra rítmica, acordes en los que destaca una curiosa mezcla de triadas menores que contribuyen a escoltar un sólo más nostálgico e intimista que confronta con la alegría y viveza de su ritmo latino. A la vez que escribo estas líneas escucho esta canción, y suena tan vigente, tan tribal, tan enérgica y consistente que parece que hasta que Carlos Santana no la interpretó el Rock estaba en su primavera más verde.

No cabe duda de que el Rock propuesto en su presentación, maridado por ritmos latinos, y el Jazz experimental de su etapa mística, alumbraron un Carlos Santana integrador que hace del Rock y el Jazz una fórmula inapelable de éxito intemporal, grabando, ahora sí, -como se ve en la secuencia reseñada de todos sus trabajos de estudio-, un disco por año, que presentaba en giras multitudinarias por todo el mundo. Al igual que a otros grandes de la guitarra se le ha podido ver compartir escenario con muchos y excepcionales músicos, que dieron consistencia a su original visión de fusión que pese a resultar ahora algo evidente y muy manido, era necesario tener un desbordante talento para alumbrar la idea y sobre todo para llevarla a la práctica, en una época en la que la segregación racial y paternalismo cultural estaban firmemente arraigados, y lejos de un modelo de sociedad multicultural propia de las sociedades occidentales de este siglo XXI.

Su sonido como guitarrista resulta puro, reconocible, impactando a cuantos lo escuchamos con solos secuenciales y melódicos con una expresión comunicativa que resulta innegociable: para él transmitir su música está en un plano superior a la ejecución virtuosa robotizada; de hecho en las primeras grabaciones a las que hicimos mención, realizadas en el local “Fillmore” de San Francisco, impera la innovación antes que la técnica, el sentimiento antes que la perfección, la alegría de sus punteos sobre el hieratismo clásico, siendo, en definitiva, su gran contribución el haber conseguido que el Rock integre con todos los honores a los ritmos latinos, pese a ser una música de raíz anglosajona.

Sus guitarras más características son la Yamaha SG2000, Gibson Les Paul/SG Custom de 1961, Gibson SG Special, Fender Stratocaster, con modelos de corte personal como PRS Santana I, II, MD-10, ó 2013 PRS Santana Custom, todo ello conectado con amplificadores de corte clásico y a tubos como Fender o Messa, y con pedales sencillos de efectos overdrive o wah, que no le han hecho dar el salto de lo analógico a lo digital, afortunadamente, ya que queremos a Carlos Santana con la autenticidad o ausencia de artificio propio de la época en la que comenzó, y en el firmamento musical actual hay espacio para su nave de sonido de los años setenta; pero, sobre todo, siempre te deberemos, Carlos, el descubrimiento de la galaxia latina en el universo Rock, qué suerte y qué orgullo compartir una cultura universal como la latina y sentir que forma parte por derecho propio de unos de los estilos más importantes y universales de la historia musical; y es que como mantiene el extraordinario músico gallego Carlos Núñez, “el Jimi Hendrix de la gaita”, la fusión de estilos, la retroalimentación cultural, es el presente y el futuro prometedor que aportará lo mejor de las tradiciones musicales, y lo dice quien también predica con el ejemplo fusionando Música Celta con el Flamenco. Carlos Santana ganó su apuesta y marcó el camino. Ojalá que sus solos, siempre diferentes y fluidos, nos sigan acompañando mucho tiempo.